viernes, 16 de diciembre de 2011

NUESTRO PRIMER BEST-SELLER

Un proyecto editorial peculiar, de escasa envergadura y de planteamientos no estrictamente comerciales también puede tener sus best-sellers. Aunque el alcance del fenómeno y su carácter genuinamente fortuito son diametralmente opuestos a los de la edición convencional, es obvio que se trata de asuntos de naturaleza similar pero de magnitudes bien distintas. En vías de celebrar el treceavo aniversario de la publicación del tercer número de Libros De La Micronesia -nuestro primer best-seller-, traemos aquí la crónica nostálgica de las circunstancias en que aquella humilde edición vio la luz.

Poco importa ahora si fue el mero azar o el feliz escrutinio del tiempo y de la oportunidad lo que nos hizo publicar, con un año exacto de diferencia (1997-8), los dos primeros números de Libros De La Micronesia en el mismo mes, marzo. Antes que cualquier otro de sus pormenores, lo que tuvimos claro es que nos someteríamos gustosamente a los apremios de la periodicidad estricta y que el tercer número de la colección debía aparecer en marzo de 1999.

Con bastante antelación, en la primavera de 1998, comenzamos a trabajar sin trabajar en la publicación tal y como era nuestra costumbre por entonces: no haciendo absolutamente nada salvo estar despiertos; en un momento u otro, la partícula cargada con ese algo preciso que buscamos sin buscar rozará nuestros sensores. En ese instante comienza la elaboración del concepto, que puede madurar y cuajar de manera fulminante o alargarse en el tiempo, a veces durante meses. Eso fue, de hecho, lo que ocurrió: la resolución y pulido de la publicación se retrasó hasta que tuvimos el texto, ya que muchas de sus claves formales y de concepto emanan de ahí.

La primera versión de El oso de arenisca y la fuente tiquismiquis, texto central de la publicación, brotó en agosto de ese año y se acabó de perfilar en octubre, mes clave en que todo se despejó y vimos claro qué llevávamos entre manos. Fue entonces cuando un hecho fortuito, al que a toda costa quisimos dar cobijo en la publicación, nos obligó a improvisar sobre la marcha y a redefinir la imagen y algunos otros detalles del diseño cuando ya estaban decididos. En octubre de 1998 fallecía Ted Hughes, poeta laureado, gloria nacional inglesa y autor que nos gustaba y nos gusta mucho. Quisimos homenajearlo sin comprometer en lo esencial lo que previamente queríamos contar. De esa graciosa dislocación final por querer estar en misa y repicando salió la publicación tal cual.

Como anécdota principal de las que tuvimos durante la fase de producción, merece especial mención un problema que se nos presentó a última hora, cuando nos disponíamos a montar los componentes y encajar. Hacía ya un par de meses largos que se había troquelado la pieza de cartón donde iba insertada la entrañable galleta que hace de nudo gordiano de la publicación. Cuando íbamos a colocarlas, vimos que eran demasiado largas y no entraban en la mordida del troquel. Tras varios días de cotejos, mediciones y darle vueltas al asunto compramos el paquete de galletas que nos sacó de dudas. Las medidas que le habíamos pasado al troquelador eran buenas; lo que había ocurrido era natural pero difícil de prever: una vez fuera del envasado de origen, la humedad ambiente hizo que las galletas fuesen ganando longitud hasta alcanzar milímetro y medio más. El problema era inevitable, y encargar un nuevo troquel no se avenía con nuestra filosofía basada en la improvisación. Para que cupiesen, hubo que limar muy delicadamente los extremos de cada una de las ciento y pico galletas que se utilizaron.

El resto es historia. La publicación apareció puntualmente en marzo de 1999 y nos situó en el renovado y convulso mapa de la edición marginal de la época en Barcelona capital. Durante una época se nos conoció con el sobrenombre de "los de la galleta". Con el tiempo las aguas volvieron a su cauce y nosotros volvimos a ser los que ya éramos y acaso siempre seremos: "los de la muela".

En su día corrió por ahí que esa vistosa edición nos hizo ligar con mujeres no menos vistosas, maravillosas, altas y todas misteriosas. En rigor no es del todo cierto, pero desmentirlo por completo bajaría sin duda el caché de la publicación y pondría en entredicho la capacidad de seducción del tercer número de Libros De La Micronesia, nuestro primer best-seller. 









           
                                                                                   
                                   

miércoles, 30 de noviembre de 2011

DELIA ZAVALA III

Una pequeña alforja de punto hecha por ella es el curioso contenedor de la libreta donde, a lo largo de un espacio de tiempo que desconocemos, Delia Zavala fue redactando las sucesivas entradas de su Diccionario del lugar. Como todo lo que pasaba por su mente, es más que probable que el título fuera sopesado y largamente meditado antes de ser aceptado y escrito a lápiz en la tapa de ese cuaderno de espiral.

Si tiene algún sentido emplear tal término para referirse a un escaso manojo de papeles, cabe decir que "la obra", por sus reducidas dimensiones y su hechura de obrador manuscrito disperso en fragmentos de pequeño formato, no ha pasado del estado de presunción y es mucho arriesgar atribuirle más méritos que el de ser un desangelado borrador anexo a El gorrión lunar.

No obstante lo anterior, conviene ser ponderados al tasar la importancia de lo que aparentemente es obra menor, ya que pese a su escasa envergadura y su estatuto de mero bosquejo, lo cierto es que la escritura de Delia Zavala ha dejado en ese legajo algunas de sus imágenes más personales. Tratándose de ella, de su angosto mundo al que pocos tuvieron acceso y de su sigilosa manera de proceder, nunca sabremos si el motor de la obra es el anhelo difuso de llegar a compilar un mazo de entradas lo suficientemente extenso para respaldar un diccionario personal hecho a medida, o por el contrario ese timbre que despide de dietario garabateado a vuelapluma, de silbido liberado como a deshoras y sin aparente pretensión, es su verdadera melodía y única entonación posible.

Nunca lo sabremos con seguridad, pero leyendo este arranque:
                                         
                                                  "Niña: habitante permanente del interior y de los sueños que, sin embargo, a veces se hace la dormida en algún bolsillo secreto..."

una corazonada nos dice que el propósito de Delia bien pudo ser el de revolver y mezclar para su propio deleite en el cajón del diccionario y extraer de esa chistera, puesto que no hay otras, las palabras de siempre con nuevos atributos.



Copyright de la ilustración: Herederos de Delia Zavala



domingo, 20 de noviembre de 2011

DELIA ZAVALA II

Es muy probable que Delia Zavala fuera de los que opinan que en el primer movimiento de un texto, en el vigor y el color de su arranque, se halla encapsulado ya todo su duende. La suerte está echada en esa ignición verbal. La gavilla de incienso y el estiércol seco que prenden en ese instante decisivo son los que aportan la temperatura y el aroma que delatan la catadura del texto.

Es a todas luces evidente que conocía la importancia del comienzo, que estaba interesada en modular la efusión de la apertura por lo que ésta tiene, para un escritor, de estrategia que aúna emoción y técnica. Sus dos únicos libros publicados son, de hecho, claros ejemplos de esa manera de proceder.

La cantera blanca, su intenso y pobremente impreso debut, deslumbra desde el comienzo, se abre con una frase hermosa y rotunda que es a la vez una declaración de intensidad vital y estética: "Pasado el terraplén de madreperla y nácar, una pared de luz alza su pecho de doncel espigado..." Cada página de esa brevísima publicación mantiene la pegada del fogonazo inicial. De principio a fin, el brío de sus imágenes es el de esa exhalación.

Edición de tiros largos y acabado exquisito, Nieve cárdena, su segunda y última publicación, arranca también de manera muy potente con una frase traspasada de presagios y de frío: "He vuelto a ver la pisada ungulada del invierno atroz en el viñedo..." La pesadez de esas palabras embarradas de mal fario se deja sentir a todo lo largo de un texto cruento y hermoso que, por debajo de su curiosa heráldica y sus símbolos más o menos disimulados, es una instantánea virada a rojo cárdeno, una foto violentamente coloreada de las circunstancias personales en que se desenvolvía la vida apartada e incolora de una maestra de provincias, la autora.

Es una incógnita intuir cómo habría comenzado Delia El gorrión lunar, obra que ni siquiera sabemos si iba a ser tercera de su producción o tenía previsto seguir ampliándola mientras publicaba otras. El espesor de esa incógnita es considerable ya que el trabajo, de cierta extensión, está inacabado y, a lo que parece, sin una mínima vertebración que pudiera hacernos entrever esbozo alguno de argumento que, partiendo a tientas desde ahí, nos permitiera llegar a localizar con algún atisbo de credibilidad cuál podría ser el hipotético pistoletazo de salida del conjunto.

Buscar entre el abundante material de El gorrión lunar, buena parte de él en estado de esbozo, alguna frase rotunda al estilo de las que abrieron sus libros precedentes es tarea imposible y sobre todo equivocada, ya que las cualidades formales del trabajo y el espacio agobiante que su morosa ejecución ocupó en la vida de la autora, lo convierten en obra singular y de calado bien distinto a todo lo que publicó.

Sin lugar a dudas es la Delia real, la maestra soltera en perpetuo éxodo de una escuela a otra, quien aparece en los dos libros melancólicos y opresivos que logró publicar. En ellos van diluidos la crónica de su día a día y su perfil adusto de muchacha que tiene siempre la cabeza puesta en quién sabe qué graves asuntos.

La Delia que adivinamos entre el material provisional de El gorrión lunar no es la real, sino la que ella hubiese querido ser o acaso ya era en su ciudadela íntima y nadie lo supo: ligera, risueña, de vitalidad contagiosa y en estado de gracia para irradiar magia y dulzura. La voz que habla en ese extenso trabajo, que ocupó transversalmente toda su carrera, pese a ser de registro bien diferente a todo lo que de hecho publicó no es una voz impostada por el oficio (y qué si lo fuera), sino algo auténtico: el canto que una muchacha apocada y depresiva emite desde el centro insípido de su existencia para hacernos saber cómo hubiese querido ser, o acaso ya era y el censor severo de su mente nunca le permitió decírnoslo.

En los fragmentos de El gorrión lunar que Isabel Cobo ha seleccionado para nuestra publicación palpita un maravilloso gentío de cosas insensatas: un gorrión blanco cuyo aleteo nocturno produce la escarcha; tambores sumidos en el sueño; el lecho de un río transparente tapizado de relojes parados; el árbol que no es otra cosa que un niño arborescente y frutal; gente que profesa la aerostática de feria y se desplaza en globo de vendedor de globos.

Porque conocemos la importancia que Delia otorgaba al primer movimiento de sus libros, no nos hemos atrevido a publicar esos fragmentos encuadernados en un orden preciso. Puesto que nunca sabremos si alguno de ellos era el destinado a ocupar ese lugar de preferencia, nuestra versión se ha dispuesto en separatas de manera que El gorrión lunar pueda comenzar indistintamente así:

"Ya ha llegado al sendero largo que transcurre junto al río y está atravesado por tres cruces de caminos..."

O así:

"A los tres años sale temprano de casa cogida de la mano de su madre. Para su sorpresa, la tierra al borde del camino está cubierta por una fina capa de cristal. Es escarcha, le dice la madre. Anoche revoloteó por aquí el gorrión blanco..."

O tal vez así:

"Donde los niños blancos de escarcha, los niños amarillo de sol, los niños anaranjados de fuego y blancogrisáceos de nube, llega una mañana, de pronto, un niño de color vede..."





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sábado, 12 de noviembre de 2011

DELIA ZAVALA

Nieve cárdena, la inolvidable edición de gama alta que captura el delicado universo de Delia Zavala (1939-1973), fue publicado en 1963 por el exquisito Julio del Solar  en  su Callao Publishing, proyecto editorial de vida breve y producción escasa pero memorable. La edición constaba de únicamente 150 ejemplares numerados y firmados a lápiz graso por autora y editor en la página de cortesía. Solo media docena de colecciones privadas españolas  cuentan entre sus fondos con alguno de esos ejemplares.
  
Tras la aparición de esa obra singular transcurriría más de una década hasta que la revista El Urogallo filtrara, en 1974, algunos fragmentos del nuevo material de Delia Zavala, desaparecida prematuramente el año anterior.
   
Martín Recuero, que ha estudiado su figura y su obra, nos dice que al parecer Delia trabajó a lo largo de su breve carrera en El gorrión lunar, proyecto de cierta extensión que, finalmente, quedó inacabado y fragmentado en una serie carpetas y borradores en diferente grado de elaboración.

Pese a que su envergadura se encuentre dispersa en numerosos cascotes y trozos desparejos, en bellos fragmentos pendientes de resolución y en pasajes textuales y soberbias imágenes dejados en barbecho, lo cierto es que la combinatoria de todo ese magma informe daría para más de una publicación. 
   
Este El gorrión lunar, noveno número de nuestra humilde colección Libros De La Micronesia, es la modesta aportación que hacemos a la difusión de una autora dotada, compleja y tristemente desatendida por el sector editorial.
   
Como muestra de su particular don para la ilustración, añadimos más abajo tres de las imágenes inéditas que Isabel Cobo ha seleccionado para nuestra publicación.







                                    †



jueves, 10 de noviembre de 2011

EL GORRIÓN LUNAR

De La Pulcra Ceniza publicará a mediados de este mes de noviembre El gorrión lunar de Delia Zavala, noveno número de la colección Libros De La Micronesia.

Escritora e ilustradora vocacional, Delia Zavala publicó apenas dos títulos antes de su temprana desaparición en 1973, y se ganó la vida ejerciendo de maestra en remotas aldeas y pueblos mineros de la cuenca carbonífera del Bierzo leonés. La cantera blanca, su primer libro, vio la luz en una modesta imprenta de Astorga en 1964. Tres años después, Julio del Solar publicó en edición de bibliófilo Nieve cárdena, que ha quedado como hermoso y feliz vestigio del refinamiento de aquella mujer y del estado de gracia de un editor irrepetible.

Al parecer, Delia trabajó de manera intermitente durante su breve carrera en una tercera obra que no llegó a concluir, El gorrión lunar, cuyo vasto dominio, inacabado y en situación de abandono, fue muy parcialmente dado a conocer en revistas literarias a poco de su desaparición.

Vertida con la soltura natural de quien ha dado ya con los rudimentos de un estilo, la cadencia de su escritura y su manejo de la ilustración fueron en todo momento límpidos, concisos y plenamente eficaces para desvelar de manera luminosa y sencilla su complejo universo de muchacha de provincias que ejerce de maestra en el fin del mundo. Un leve cristal hecho de frases a color y delicados dibujos nos permite ver los festejos de su mente, el mediodía deslumbrante y fértil de una artista aislada, practicamente desconocida y entregada a una sola causa, al gasto de uno mismo en pos de lo que verdaderamente cuenta: el atisbo de la belleza.

La publicación, concebida y realizada con el esmero que la colección exige, consta de seis textos y una docena de dibujos inéditos seleccionados por Isabel Cobo, una semblanza biográfica de la autora a cargo de Martín Recuero y un complemento objetual: una pluma de gorrión blanco troquelada a láser en papel vegetal previamente impreso.

La edición, que consta de trescientos ochenta ejemplares numerados, se ponen a la venta al precio de 35€ la unidad y estará disponible, a partir del próximo 15 de noviembre, en nuestra página web y en las librerías Laie CCCB y Tres Rosas Amarillas, de Barcelona y Madrid respectivamente.