sábado, 23 de febrero de 2013

LEERLO TODO - I



Mallarmé en el rincón de su casa, descansando tras haber leído ya todos los libros.



Entre el montón de libros que llevan meses revueltos en la repisa trasera de mi cama han venido a coincidir una serie de títulos dispares y sin mayor afinidad entre ellos que la de, en principio, formar parte de ese depósito y haberse amontonado, unos sobre otros, en abandono promiscuo durante una buena temporada. Lo cierto es que ahora que me ha dado por aligerar la repisa y reintegrar a sus estantes una buena parte de esos títulos, me percato de que entre varios de ellos hay una afinidad más profunda y un eco que les es común, pues en algunas de sus páginas se hace mención, siquiera sea de pasada y desde diferentes puntos de vista y con diagnósticos bien dispares, de la desazón de querer leerlo todo, absolutamente todo.
    
    De nuestro Miguel de Cervantes se dijo que “leía hasta los papeles que volaban por las calles”, expresión comedida que únicamente informa de la fruición lectora de Don Miguel, pero que ni por asomo hace insinuación alguna de que tuviese el afán de leerlo todo, absolutamente todo. Uno diría que, a ese respecto, los clásicos son ponderados y nunca se tiran el farol de haber hecho tal cosa; y no digamos ya los antiguos, cuyas recetas van de la templanza lectora al ayuno severo. “Déjate de libros”, recomienda Marco Aurelio en sus Meditaciones.
    
    Se diría que el afán, desmesurado y a todas luces demencial, de querer leerlo todo, absolutamente todo, bien pudiera ser síntoma de algún tipo de ansiedad. De ahí que haya sido la modernidad, incontinente editorial y ansiosa de por sí, la época en que aparece la figura del lector al por mayor que fantasea con agotar y dar cuenta de todo lo editado.
    
    Que yo sepa, fue precisamente uno de los popes de la modernidad tardía, Mallarmé, el primero que dice haberlo leído todo: “La carne es triste y ya leí todos los libros”. Ahí es nada: leídos todos y cada uno de los libros; todo el forraje colosal de la cultura pacientemente deglutido, a lo largo de toda una vida ―o de varias―, en un sillón de orejas junto al fuego.
    
    Es preciso tener en cuenta que Mallarmé abre con esas palabras su poema Brisa marina, y que la poesía es lenguaje que se ha deshecho del estorbo del sentido literal, y va por libre. Aunque lo diga, no parece que el maestro quiera alardear de haberlo leído absolutamente todo. Su propósito sería levantar acta poética de un anhelo de huida y decirnos, muy hermosamente, que los hastíos del sexo y de la cultura impresa (el instinto de la tribu, las palabras de la tribu) han acabado aburriéndolo por igual; y que se va, que embarca hacia lo desconocido.

¡La carne es triste y ya leí todos los libros!
¡Huir, huir allá! Siento a las aves ebrias
de estar entre espumas ignoradas y cielos. Nada,
ni los viejos jardines que los ojos reflejan,
retendrá a este corazón que se templa en el mar,
¡Oh noches!, ni la claridad desierta de mi lámpara
sobre el papel vacío que la blancura veda,
y ni la joven madre que amamanta a su hijo.
¡Partiré! Nave que balanceas tu arboladura,
¡Leva por fin el ancla hacia exóticas tierras!

(Fragmento de Brisa marina, versión de Federico Gorbea, Plaza & Janés, 1982)


Lecturas compulsivas está publicado por Anagrama.

Como decía más arriba, en alguna página de los libros que he devuelto estos días a su anaquel se hace mención, mayormente para refutarlo, del propósito demencial de leerlo todo, absolutamente todo. Excepto uno, el resto de sus autores se muestran escépticos o abiertamente críticos respecto a que tal complexión lectora sea viable, materialmente posible, saludable o siquiera cierta. La excepción es Félix de Azúa, quien, en la página 13 de su Lecturas compulsivas, asegura que “Semejante tarea, leerlo todo, que puede parecer enorme, es perfectamente posible.” Entendemos que la cursiva confiere a ese todo un valor relativo adecuado para  referirse a  lo que valga la pena, vaya a misa, sea pertinente o estéticamente cualificado, que sin duda es una cantidad ingente de material textual, pero que nunca abarcará, por razones obvias, la totalidad de la oferta cultural. El todo descomunal al que se refiere Mallarmé.


Fresy Cool está publicado por Mondadori.

Si bien cabe decir que a lo largo del libro se hace más hincapié ―pero que mucho más―  en escribirlo todo que en leerlo, aunque también, este Fresy Cool es otra de las obras que he rescatado de la repisa trasera de mi cama que se refiere a su vez, aunque sea de pasada y en tono paródico, en un caso, y de sospecha fundada, en otro, al asunto de la voracidad lectora con ínfulas de abarcarlo todo o por lo menos bastante. Desde un remoto y post apocalíptico enclave denominado Madrizentro, Pleonasmo Chief se pregunta en la página 136 “¿Por qué ese empeño en parecer que uno lo ha leído todo, todo y todo? ―Pues no, no he leído nada de Flaubert ni de Melville ni de Guattari. De hecho, lo que en verdad me gusta es salir con los colegas del barrio por Desengaño a escuchar los piropos de las fulanas. Y aquí estamos, tío.  ―Sin el más mínimo ápice de vergüenza, gregario, como gusta ser.”
    
    El fragmento es paródico, por cuanto la verdadera naturaleza de Pleonasmo es precisamente la inversa. Entiendo que al igual que ocurre con el todo de Azúa, ese gregario en cursiva es un guiño. Pleonasmo no es ningún gregario, "quiyo" de barrio ni nada parecido, ni su chati una "choni" cualquiera de polígono, y, aunque no lo ha leído todo, ha leído bastante; de hecho, su Fresy Cool es, entre otras cosas, un largo, interesante y por momentos brillante decantado de autores, poéticas, filias y fobias literarias.
    
    Como decía más arriba, en el libro hay una segunda referencia a la voracidad lectora, si bien su tono es de fundada sospecha acerca del verdadero calado y la supuesta amplitud de ese hábito declarado. En la página 231, uno de los secundarios que prepara su tesis para la Academia Google dice acerca del profesorado: “…lo más importante es ser cauteloso. Y escéptico: esa gente (Lundberg, mi tutor, el primero de todos) no ha leído ni la mitad de lo que sospechas cuando entras en la Academia.”


Mallarmé en un hermoso y falso tropo, Azúa fintando y eludiendo mediante la cursiva la verdadera magnitud de tal empresa, y Antonio J. Rodríguez poniendo en boca de uno de sus personajes la sospecha de que al respecto acaso todo sea fachada, vienen a coincidir en que leerlo todo es, a estas alturas, empresa a todas luces inhumana.

                                                                 
                                   †






lunes, 11 de febrero de 2013

EREBO & TERROR - II




Nota de Victory Point. National Maritime Museum. Greenwich

En 1912, una inspección rutinaria detectó cardenillo y lamparones de humedad en el techo de una mansarda trastero del Museo Marítimo Nacional inglés. Durante las labores de desalojo, una antigualla de madera querada cayó y se desportilló contra el rodapié. La fisura delató que aquel estuche de instrumental óptico, recuperado de los restos de una expedición malograda en el Ártico, contenía un haz de papeles alojados en el doble fondo inadvertido hasta entonces.
   Nueve décadas después, esos papeles de azaroso pasado tienen un lugar asegurado en el porvenir: aparecen mencionados en dos entradas de la Encyclopaedia Britannica. En una, como patética reliquia; en la otra, como obra literaria. Los hechos que expone la primera son objetivos y una vez impactaron al mundo: en misión de descubierta de Paso del Noroeste, el Erebus y el Terror colapsan en pleno Ártico en 1848. La tripulación emprende una frenética diáspora hacia el continente pero no aguantan el clima, perecen todos y el estuche vuelve a Inglaterra entre los objetos que doce años después se recuperan. El argumento en que divaga la otra entrada es estético y opinable y queda circunscrito al ámbito inglés: obra críptica y minoritaria, el contenido de esas cuartillas ha sido no obstante objeto de estudio y prolífica exégesis. Auden encumbró el texto; Spender lo tildó de fascinante medianía.
    Sordo a esa polémica, el original, astroso y salpicado de pasajes de dudosa lectura, ha suscitado media docena de versiones, un sinfín de imitaciones, duplicados bastardos y ediciones piráticas en las principales lenguas. La versión que aquí presentamos es traducción de Voice of the passage, escrupuloso trabajo grafológico de Rita Weymouth.

                                               Erebo & Terror, Libros De La Micronesia, nº 6, Barcelona, 2003.


En este segundo y último comentario acerca de Erebo & Terror dejamos a un lado la expedición de Franklin y ponemos el acento exclusivamente en la edición y en lo que en su día supuso para nosotros. Pero antes creo necesario resumir, siquiera de pasada, el largo y trágico epílogo del movimiento de inicio que cerrábamos con la imagen de la Erebus y la Terror adentrándose en el Estrecho de Lancaster, la puerta del Paso del Noroeste.
    

Al no recibir noticia alguna de la expedición en tres años, el Almirantazgo inglés puso en marcha, en 1848, la que ha sido la mayor operación de rescate naval de la historia. A lo largo de ocho años se enviaron al Ártico hasta un total de cuarenta expediciones, sin que ninguna de ellas diera con el paradero de las naves. Sí quedó constancia, no obstante, de que la entrada en el Ártico no había sido todo lo venturosa que se suponía: en agosto de 1850 se descubrieron en la isla Beechey tres sepulturas de miembros de la tripulación de Franklin. En 1854 el Dr. Rae compró a los esquimales de Pelly Bay una serie de objetos que sin duda provenían de las naves, entre los cuales figuraba la Royal Guelphic Hannoverian, condecoración que pertenecía a John Franklin. Si bien de manera confusa, El Dr. Rae fue el primero en recabar de los inuits la información que aún tardaría años en ser confirmada: que las naves habían sido abandonadas y que sus tripulaciones practicaron el canibalismo para sobrevivir. En 1857, Lady Franklin sumó parte de su fortuna a los fondos captados en una colecta nacional y al capital aportado por el Almirantazgo. Con ese monto sufragó la expedición que finalmente, en mayo de 1859, daría con el único documento escrito que ha sobrevivido al desvanecimiento de la expedición: la nota de Victory Point, en la que, en dos anotaciones realizadas con un año de diferencia, se deja constancia de la muerte de Franklin, la derrota seguida por los navíos y su posición en la banquisa al ser abandonados por la tripulación, que se dirigió a pie hacia el estuario del río Back.

    A partir de esa constatación, el asunto Franklin se hunde en un marasmo siempre polémico y misterioso, pero sin aportaciones de alcance para su esclarecimiento. Hasta que, en 1988, un informe del antropólogo forense Owen Beatie lo interroga a la luz de la ciencia y lo saca de su letargia. Beatie exhumó los tres cadáveres de la isla Beechey, analizó sus tejidos, estudió minuciosamente el vertedero de latas de comida que la expedición dejó allí, y se pronunció: el sellado del metal era tan deficiente, que la comida entró en contacto con la soldadura y la tripulación sufrió intoxicación aguda por ingesta de plomo en dosis desmesuradas. Su conclusión es que las repercusiones físicas y anímicas del saturnismo fueron en gran medida determinantes para la total extinción del colectivo. A día de hoy la Erebus y la Terror siguen sin aparecer, y el asunto Franklin está todavía bajo la onda expansiva del informe Beatie.



Erebo & Terror fue una publicación clave en la progresión de la colección Libros De La Micronesia. Hizo de engarce entre la primera época, que va de 1996 a 2000 y abarca los cinco primeros números, y la segunda, que se abre en 2006 con el séptimo número y en la que, a punto de publicar el décimo, todavía estamos. Erebo & Terror queda justo en medio del largo hiato que va de 2000 a 2006. Se publicó en octubre de 2003 y, como digo, es un eslabón perdido que, aunque une pasado y presente, no pertenece a ninguno de esos ámbitos y parece habitar fuera de toda cronología. Cada vez que exponemos por orden de aparición los números de la colección, la vitrina de Erebo & Terror despliega sus poderosos atributos en medio de otras ocupadas por las breves y lacónicas publicaciones que tenemos por costumbre. Esa excepción es el trabajo más extenso y probablemente también más ambicioso de cuantos hemos hecho. Nos tuvo tres largos años ocupados.

Erebo & Terror, Libros De La Micronesia, nº 6. Barcelona, 2003. 

Detalle de la publicación con todos sus elementos desplegados.


Todos y cada uno de los nueve números que hasta el momento han aparecido de Libros De La Micronesia son productos múltiples semimecanizados de acabado artesanal. Desde la óptica editorial, cuya lógica se asienta en la repetición exacta de ejemplares en tiradas largas, son objetos extraños a tal industria y más cercanos a la edición de autor de tiraje corto y factura predominantemente manual. Además de su tiraje, restringido a un escaso número de copias numeradas (101 y 202 ejemplares), lo que definitivamente confería a los primeros números de Libros De La Micronesia una personalidad más afín a la edición de autor que al producto editorial era su resistencia, entre deliberada y resignada, a dejarse atrapar por la repetición exacta y la serialidad a ultranza.

   Los tres primeros números de la colección, publicados en sendos tirajes de 101 ejemplares numerados, requirieron un diseño simple y demandaron una absorbente manipulación de materiales encontrados o reaprovechados. Ese factor propició que en la fase inicial de la colección se aprecien a simple vista diferencias evidentes entre ejemplares del mismo número.

   Podría decirse que aunque siempre aspiró a ser un sello de factura editorial en su estricto sentido, Libros De La Micronesia era en aquella época un proyecto netamente artesanal cuyos productos, atendiendo a estándares de producción editorial, no alcanzaban el rango de manufactura serial.

   El cuarto y quinto números de la colección, que se publicaron conjuntamente a principios de 2000 en tiraje de 202 ejemplares numerados, son trabajos de transición. Aunque exigieron mucha manipulación, y son por tanto proclives a presentar diferencias entre ejemplares, la masiva utilización de troqueles, offset de última generación y soluciones de imprenta avanzada hizo que las diferencias sean apenas perceptibles. Pese a su complejidad y a la dificultad añadida de que exigieron una exhaustiva manipulación, esos números son productos ya muy cercanos al estándar editorial de calidad.

    La incorporación en 2002 de Ángel Fraternal Pérez al proyecto en calidad de productor, entre otros cometidos, aportó la experiencia y la solvencia suficientes que nos permitieron llevar a buen puerto Erebo & Terror y ofrecer una publicación/objeto compleja, minoritaria y todo lo marginal que se quiera, pero resuelta con hechuras de producto editorial plenamente aceptables.


Que sepamos, a día de hoy Erebo & Terror es todavía la única monografía acerca del Paso del Noroeste disponible en castellano. Vaya por delante que la hicimos a nuestra manera y que por su registro, entonación e intención está lejos de ser una mera compilación de datos repescados en la red o en otras publicaciones. Las veinte primeras páginas se nos van en un preámbulo que glosa de pasada el impacto que el desvanecimiento de la expedición de Franklin tuvo en la escena española, y en el eco que ese desastre debió de tener en el ámbito de nuestras letras y nunca tuvo. Las veinticinco páginas siguientes las ocupa Los pergaminos de Cabo Félix, nuestra humilde aportación a ese corpus textual legendario y hasta el momento apócrifo, pero que tarde o temprano acabará apareciendo. Y si no, al tiempo. A doble columna, Mallory y Hatteras y El Paso del Noroeste se extienden desde la página cincuenta a la ciento veintiocho, forman el grueso de lo que sería la tesis de la publicación y hacen de punto de anclaje de todo lo anterior. El primero reflexiona acerca de por qué desde siempre hemos sentido la misteriosa llamada de la geografía y nos hemos puesto en marcha incluso hacia latitudes inhóspitas y mortales de necesidad. El segundo cierra el volumen con una exposición cronológica del descubrimiento del Paso del Noroeste y con la revisión en profundidad del caso Franklin, desde las hipótesis iniciales hasta el informe Beatie.


Si bien he dicho que Erebo & Terror es una publicación de cierta complejidad que nos tuvo ocupados tres largos años, he de matizar que, como ya es habitual, no fue una actividad a tiempo completo. Por aquella época, trabajábamos también en las ilustraciones para Libro del sábado y en el germen de lo que más tarde sería la Biblioteca Fósil.

    Cada publicación va ligada a una anécdota que la marca y le confiere carácter, y con E&T ocurre lo propio. La primera maqueta se hizo en el año 2000, la dimos por buena y se dejó dormitar lo suyo mientras avanzábamos en otros frentes. Al cabo de bastante tiempo de haberles comprado la que utilizamos, volví a la tienda con el propósito de adquirir la totalidad de las doscientas cincuenta brújulas que necesitábamos. Resultó que de ese modelo no disponían de tanta cantidad en aquel momento. Eso sí: se ofrecían a cursar a mis expensas una orden de importación a Malasia. Me quedé otras que eran algo más grandes, muy poco pero lo suficiente como para complicárnoslo todo: para que se pudiese cerrar el contenedor, tuvimos que fresar y rebajar a mano uno de sus perfiles en cada uno de los doscientos cincuenta que empleamos.


El resto es historia en minúsculas o ni siquiera eso. Erebo & Terror es nuestro título menos vendido. La miríada de blogs y de páginas web que se ocupan del Paso del Noroeste, y sobre todo la publicación de El Terror de Dan Simmons, nos han ido reportando, de un tiempo a esta parte, gente interesada. En ese sentido, entiendo que merece expresa mención Russell Potter, autoridad mundial, estudioso, comentarista y coleccionista también de todo tipo de material gráfico relativo al Paso del Noroeste y a la expedición de Franklin, quien, en su blog Visions of the north (la entrada es de noviembre de 2009) se refirió de manera encomiable a nuestra publicación como “…una pequeña obra de arte” ¡Vale, maestro!


Carátula de la publicación.

Reverso de la carátula. Pliego de créditos.

Detalle del interior.

Reverso del contenedor.

Detalle del ataúd de John Torrington.

Cadáver de John Torrington, fogonero del Terror, exhumado en la isla Beechey en 1984.

Detalle de una de las páginas.