sábado, 30 de agosto de 2014

RETRATO DEL ARTISTA SENESCENTE



Joyce-Dedalus en su típica pose al estilo "más chulo que un ocho".


Si bien es verdad que se trata de una sola mención fugaz en una secuencia brevísima, la reciente película de Jim Jarmusch Solo los amantes sobreviven ha sacado el nombre de Stephen Dedalus de su cripta excavada en la cultura libresca y lo ha voceado en las salas de proyección de todo el mundo. Al hilo de esa evocación, y del repaso y cotejo de fotografías de algunas de mis viejas exposiciones con otras recientes, he llegado a una serie de consideraciones menores y hasta puede que insignificantes, pero que no obstante, y por si fuesen de interés para alguien más, no me voy a privar de verterlas por escrito.

    Es fama que en el Retrato del artista adolescente, por cuyas páginas deambula el mencionado Stephen Dedalus, se halla encapsulado el ideario estético que James Joyce mantuvo a lo largo de toda su carrera y también una buena parte de las anécdotas y el material biográfico que después desarrollaría en el resto de su obra.

    Además de autorretrato vívido y fiel del joven Joyce encarnado en el adolescente Stephen Dedalus, el Portrait es un yacimiento reticulado, cribado y meticulosamente estudiado por su alto valor como obra programática y germinal que anticipa y en parte compendia al Joyce maduro.

    Algo parecido ocurre con otro famoso retrato de un artista también adolescente, si bien aquí cabe hablar sin ambages de precocidad, prenda no tan evidente en el caso del Retrato, cuya primera versión (Stephen el héroe) Joyce redactó a la edad de veintiuno. En su Autorretrato a los trece años, obra primeriza de Alberto Durero, los exégetas del maestro ven prefiguradas y ya plenamente identificables sus dotes de pintor sobresaliente.
 
Stephen el héroe, esbozo y prueba de autor del posterior Retrato...

Ejemplar de mi humilde biblioteca del  Retrato... en traducción de Dámaso Alonso.

Autorretrato a los trece años, Alberto Durero, 1484.



Si las pruebas de temprana valía y los destellos de precocidad son parte indisociable del arquetipo en que se asienta la construcción del mito del artista, no es menos evidente que su mistificación y entronización definitiva en el empíreo del Arte pasa necesariamente por el reconocimiento y la sanción de su producción al completo, de los destellos incipientes de la mocedad a la obra tardía de la senectud. En el caso de Joyce, el arco de su producción se eleva desde los rescoldos apenas legibles del mazacote de folios de Stephen el héroe (arrojado al fuego por el mismo Joyce y recuperado in extremis por su hermana), hasta la línea final de su enrevesado y desopilante Finnegans Wake (“Un solo camino al fin amado alumbra a lo largo del       —París, 1922-1939—) Por su parte, la trayectoria de Durero despega con ese Autorretrato a los trece años y declina, hacia mil quinientos veintitantos, en una serie de obras entre las que destaca el retrato de Erasmo. Entre esos extremos quedaría, en los dos casos, el grueso de la producción de ambas luminarias.


Aunque con escasas posibilidades de ser no ya entronizado en su empíreo, sino de figurar siquiera en alguna nota a pie de página de su Compendio General, lo cierto es que también yo me dedico al Arte, si bien no a tiempo completo sino a contrapelo, a deshoras y compaginando “esa noble entelequia” con una ocupación alimenticia y trivial. Sea como fuere, lo cierto es que en mi caso ni cabe hablar de precocidad (hice mi primera exposición individual con 28 años), ni he figurado como protagonista de ningún retrato del artista pajillero y pubescente.
    
    Cotejando estos días viejas fotos he visto que, muy al contrario, entre las escasas imágenes de mi humilde trayectoria en las que aparezco hay dos que, aunque separadas por la friolera de veintidós años, cabe identificarlas, especialmente la más reciente, como típicos ejemplos del género “Retrato del artista senescente”; escuela que, como su nombre indica, se ubicaría en los antípodas de la obra liminar de Joyce y difundiría la imagen de creadores talluditos, más o menos trabajados por la usura del tiempo y que acaban de realizar, como sería en mi caso, lo que se viene denominando “exposición de la mediana edad”. Creadores de muy diverso pelaje pero que, en cualquier caso, se asemejan en que su arco creativo y vital ha superado ya las fases de planteamiento y nudo, y va de bajada hacia su última secuencia: desenlace.



El artista junto a su obra. Centre de Lectura, Reus, enero de 1992

El artista junto a su obra, veintidós años después. Espai Betúlia, Badalona, 2014.


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