domingo, 27 de diciembre de 2015

MACBETH O EL CARNICERO DE LAS HIGHLANDS



El Macbeth de siempre en la versión de hoy.

El Macbeth de siempre en versión "japo", con samuráis y todo eso...


Con apenas diez o doce días de diferencia he visto en la sala misma sala de proyección —la C del cine Verdi Park—, y yo diría que hasta en la misma butaca, dos versiones de Macbeth: la legendaria Trono de sangre de Akira Kurosawa y una adaptación muy reciente de Justin Kurzel, Macbeth, que se acaba de estrenar y llega con el propósito de abrirse un hueco entre las versiones de aquel drama, y de paso hacer algo de taquilla, que nunca viene mal. Si a ese doblete le añado que ya tengo entrada para Rey Lear a mediados del próximo enero en el Teatre Lliure, podría decirse que estoy pasando por un “momento Shakespeare”.

   Releer a Shakespeare cámara en mano y reemplazar el telón de boca, el foso del apuntador y las bambalinas del teatro por el campo abierto es lo que grosso modo y cada uno a su manera hacen Kurosawa y Kurzel. Yo diría que los resultados de ambos adolecen de lo que, salvo no pocas excepciones, suele decirse de películas basadas en obras literarias: que el libro es mejor; y cuando, como es el caso, va firmado por Mr. Shakespeare no es que el libro sea poco o mucho mejor, sino que juega en la división preferente de las obras capitales que ha dado la pluma a esta civilización, y es ley de vida que el celuloide se quede por debajo de la excelencia de una obra que planea a esa altura.

   Ninguna de las dos películas es un vertido literal del pasmoso aparato verbal del drama original. En el caso de Trono de sangre, el trueque del escenario teatral por la intemperie es radical y chocante, ya que el nuevo encuadre  geográfico y cultural se desplaza hasta el Japón asolado por las guerras feudales. Kurosawa se permite todo tipo de licencias y nos larga un exótico Macbeth “a la japonesa” con samuráis, fortalezas con los tejados volados, libaciones de sake y una lady Macbeth de rostro blanqueado con polvos de arroz que urde crímenes bajo un kimono de seda.

   Aunque Kurosawa se limite a volcar en su molde el esquema elemental del drama original, se desentienda de los diálogos y modifique, omita y hasta traicione a Shakespere allí donde le parece conveniente para sus propósitos; incluso después de cometer todas esas tropelías sobre uno de los textos sagrados de occidente, el resultado sigue siendo a día de hoy, a decir del exégeta máximo del vate inglés, Harold Bloom, el mejor Macbeth que ha dado el séptimo arte.

   La película es, efectivamente, bastante memorable; y es que aparte de ser un Macbeth indudable aunque esquemático, amarillo, exótico y hasta algo marciano, no deja de ser un Kurosawa que abunda en planos de gran destreza plástica, en secuencias magníficas de jinetes perdidos en la niebla, movimientos de tropas, diluvios de flechas filmados como nunca antes y demás distintivos de ese lenguaje inconfundible que hizo de él un cineasta de referencia.


Isuzu Yamada, la lady Macbeth del Imperio de Sol Naciente.


Dirigido por Justin Kurzel, el Macbeth que se acaba de estrenar no es un calco del original, pero lo adapta con bastante fidelidad y respeta la mayor parte de los diálogos y monólogos que hacen de ese drama una de las cumbres del teatro isabelino y un espejo implacable de lo que podemos llegar a ser bajo el imperio cárdeno de la sangre puesta al servicio de la ambición. La mano de azogue de ese espejo la dio en su día y en cinco actos Mr. William Shakespeare, y ahí sigue desde entonces: inasequible, ruda, hermosa, eterna perorata.

   Kurzel saca a Macbeth de las tablas del escenario, lo coloca en el baldío escocés y añade así una dimensión más —de la que obviamente el drama original puede prescindir sin mayor menoscabo— a lo que ya de suyo tiene una dimensión inabarcable: le añade la dimensión épica del paisaje panorámico de las Highlands con sus nieves casi perpetuas, sus bancos de niebla, su frío cortante y sus ventiscas. El exterior de Macbeth, que el texto original deja únicamente entrever en una serie de secas acotaciones que indican dónde transcurre la acción al comienzo de cada acto —“una explanada”, “un brezal”, “Inverness”—, queda al norte de las cumbres borrascosas donde Emily Brönte sitúa su novela homónima. Y si la mediana de las Brönte se apresura y ya en la cuarta línea de su novela describe aquellas latitudes como “semejante desolación”, no cabe duda que las frías soledades y los pedregales ariscos que hay más al norte son el marco geográfico adecuado para localizar las panorámicas de un drama nihilista cuyo actor principal no tiene reparos en definir la vida como “una historia contada por un idiota, llena de ruido y de furia, que no significa nada”.

   El papel del paisaje y la meteorología son tan abrumadores en esta película, sobrepasan con tanta autoridad la cualidad de proscenio teatral agrandado para la ocasión, que sin duda se integran en la obra no ya como mero decorado, sino como una más de las personas del drama. La credibilidad del factor intemperie y la decisiva circunstancia de que la película se haya rodado en paisajes agrestes y en pleno invierno, le confieren una autenticidad claramente perceptible en algo tan indispensable para el cine de verdad como es la ambientación y la localización de exteriores. Entre otras carencias mucho peores, que ahora no viene a cuento enumerar, precisamente esa veracidad es la que falta, por ejemplo, en la reciente Nadie quiere la noche de Isabel Coixet, película de ambientación ártica pero que ni por asomo logra convencernos de que estemos por encima del Círculo Polar.

   Además de todo eso, está, por supuesto, Michael Fassbender, que no tengo ni idea de si quedará como un Macbeth de referencia, o por el contrario se lo llevarán rápidamente al olvido la ventolera de las Highlands y la rotación vertiginosa de la actualidad, pero que a mí me convence. Lo veo perfectamente aclimatado a la ferocidad de alguien capaz de embalarse por un tobogán de carnicerías; muy capaz, de hecho, de aviar a cualquiera con esa solvencia de matarife con que lo describe Shakespeare: “…lo descosió del ombligo a la quijada y colgó su cabeza en las almenas”.

   Bien diferente es la impresión que me ha dejado el trabajo de Marion Cotillard, que es voluntariosa y pone de su parte, pero que no me levanta del asiento. Seguramente el problema está en mí, y no en la calidad de su interpretación. Me explico: en lo que respecta a ese personaje, tiene uno el poso ya muy trabajado por la imaginería romántica de los Blake, Fuseli & Co., que perfilaron una lady Macbeth como mujer del montón, sombría siempre y con la faz historiada por el insomnio y un rictus de locura incipiente. Y cuando, como es el caso, se ha interiorizado el personaje con ese aspecto y revestido de esos atributos demenciales, es poco probable que alguien en todo momento tan hermosa y con un aspecto tan saludable, evanescente y parisino como la Cotillard logre que uno se la crea en un papel con un final tan mórbido y enfermo. Esa es quizá una de las grietas de la película: la falta de relieve de lady Macbeth, que no solo desciende a la demencia sin que merme la tersura de su cutis, sino que al fulminar el guión una buena parte del comienzo del segundo acto —supongo que por imperativos de duración y metraje—, nos priva de oírla en un brevísimo comentario que da cuenta de su verdadera catadura como mujer resuelta y de acción: como quiera que su marido, de vuelta ya de haber matado a Duncan, le refiera lo que le parece haber oído delirar a la guardia sumida en un sopor de adormidera y vino, lady Macbeth lo corta y le espeta un comentario justamente famoso que ha traspasado como un estilete verbal la carne de los siglos: “No caviles tanto”.


Las brujas en la adaptación de Macbeth de ahora mismo.


                                                               †



jueves, 24 de diciembre de 2015

DIBUJANDO CON INGRES



Madame Ingres dibujada por su esposo. Ejemplo cabal del dibujo entendido como "probidad del arte".


Si no recuerdo mal —aunque es posible que me equivoque—, creo que fue Donal Judd quien, en una bravata sentenciosa y más o menos apocalíptica, dijo que “el arte como representación está acabado”. Si bien tengo mis dudas respecto a la autoría de ese dictum, no tengo ninguna respecto a que fue Ingres quien de manera harto hermosa, delicada y al mismo tiempo exigente afirmó —en una expresión de contenido y temperatura vital diametralmente opuestos a los de Judd— que “el dibujo es la probidad del arte”, cabe decir la honradez y el recto obrar con un lápiz en la mano en lo que se refiere no ya a mera representación, sino a fidelidad cumplida y adecuación entre el modelo natural y su plasmación sobre el papel. Cuando se es Ingres, la probidad del lápiz es máxima y no solo da exacta y minuciosa cuenta de las proporciones y el parecido del modelo, sino que el probo instrumento del maestro penetra más allá de la cáscara visible y es también capaz de hacer que la línea hable y deje entrever los rudimentos de la vida psíquica que hay detrás.

   Aunque como artista deudor de mi tiempo cabría esperar que rindiera algún tipo de pleitesía y de respeto debido más a Judd que no a Ingres —esa noble y gélida antigualla—, lo cierto es que mi gusto se inclina en sentido inverso. El amor es ciego, pero el deseo —y también el gusto— no. Entiendo que uno  ha de seguir su propio camino del corazón aunque sea a costa de pasar por inactual, trasnochado, poco informado y, lo que es peor, con poca o ninguna retina para el arte penúltimo y, por consiguiente, tampoco para el último.

   El tiempo ha venido a demostrar que si bien el tono apocalíptico de su afirmación iba en la dirección correcta, Judd se quedó corto en lo que respecta al verdadero alcance del agotamiento del arte, que él sanciona y atribuye únicamente al figurativo o de representación, pero que en realidad, y según algunos de sus más conspicuos estudiosos, afectaría a la totalidad del arte, que a estas alturas sería ya puro fiambre.


Donal Judd rodeado de sus acólitos y pontificando acerca del fiasco del arte como representación. N.Y. 1974.


Además de ser grado cero del arte y cimiento básico sobre el que inevitablemente se ha de construir, atributos que ya tenía, Ingres otorga al dibujo el cometido capital y cargo de máxima responsabilidad ética de ser también modelo de honradez y recto obrar. Y ese era mucho cargo para el humilde dibujo. No en el caso de Ingres, ya que él predicaba con el ejemplo y su dibujo es, efectivamente, no solo la probidad sino también la divina prueba del nueve de toda su obra, pero sí en el caso de artistas de menos talento y sobre todo de menos solvencia técnica.

   Aunque todavía queda quien lo sigue empleando en clave de máxima exigencia —Antonio López es uno de ellos—, lo cierto es que hoy día al dibujo se le ha aligerado de toda aquella responsabilidad con la que cargaba en los tiempos de Ingres. Al dibujo ya no se le exige como antes, y por descontado que lo raro y verdaderamente poco usual es que en estos tiempos de relativismo ético —amén de estético— se le exija, como quería Ingres, una ética de mínimos encarnada en la honradez, el recto obrar o algo similar. Son, ya digo, otros tiempos y otras maneras de entender, practicar y afrontar el dibujo, el grado cero del arte como representación entendida a la vieja usanza.


Todo ese preámbulo viene a cuento de que yo también dibujo; es más, una buena parte de mi escasa producción se la lleva Libro del sábado, una sola y extensa obra compuesta de sesenta dibujos a lápiz de grafito sobre losas de mármol; trabajo complejo y de cierta amplitud —ocupa una superficie de unos 45 m2— que me ocupó de 1998 a 2014 y que expuse, junto a una buena parte del resto de mi producción, en el Espai Betúlia en la primavera de ése año.

   Traigo aquí algunas muestras de ese conjunto espigadas al azar y su correspondiente apunte previo, extraído de uno de mis cuadernos de trabajo del año 2000. Digo apunte previo ya que es evidente que se trata de una mera anotación esquemática que para mí es suficiente, pero que nada tiene que ver con el boceto o el estudio preliminar trabajado —que yo no suelo acometer—, géneros menores o de apoyo en la época Ingres y soberbia fábrica donde el maestro doma la línea y la hace hablar, con gracia y limpieza, de una pasmosa epifanía: la del asombroso parecido. Ese misterioso fenómeno —que uno ha convocado una y otra vez con desiguales resultados, como aquí se ve— es el que, cuando se logra, otorga todavía al dibujo la gravedad y la nobleza simple que implica ser, aunque ya no se lleve, “la probidad del arte”.





Apunte previo (arriba) y dibujo final. Libro del sábado, lámina nº 33. 
© Juan Miguel Muñoz, 2001





 Apunte previo (arriba) y dibujo final. Libro del sábado, lámina nº 17. 
© Juan Miguel Muñoz, 2000. 





Apunte previo (arriba) y dibujo final. Libro del sábado, lámina nº 37.
© Juan Miguel Muñoz, 2004.






Apunte previo (arriba) y dibujo final. Libro del sábado, lámina nº 51
© Juan Miguel Muñoz,  2002.


                                                                 †



domingo, 15 de noviembre de 2015

EDITAR EN INVIERNO (1): MARCA DE TIEMPO



Teatrillo Tiquismiquis, © 2014, Almudena Maestro



Nos complace informar de que tras una larga moratoria que ha durado prácticamente lo que va de año, hemos retomado la actividad y trabajamos de firme en la reedición del tercer número de Libros De La Micronesia, nuestro primer y único best seller, que publicamos en el ya lejano 1999. Si la onda expansiva de aquella edición, que tuvo una influencia decisiva en la trayectoria inicial de este humilde proyecto editorial, pasó y se esfumó para siempre, el adorable fantasma de aquel fenómeno nunca se ha retirado de nuestros sueños de editores modestos. Para más información acerca de aquella edición (fabricación, publicación, anecdotario), remitimos a nerds, mitómanos y fans de De La Pulcra Ceniza —si los hubiere— a la entrada de diciembre de 2011 en este mismo blog Nuestro primer best seller.

    Los escasos 101 ejemplares de que constaba la edición se agotaron en unos meses, y desde entonces es publicación descatalogada y prácticamente inencontrable. Nosotros nos quedamos unas pocas unidades que nunca hemos querido vender y llevamos, con el resto de nuestro catálogo al completo, a cada edición de Arts Libris, donde año tras año hemos venido constatando que todavía gustan y siguen teniendo mercado potencial.

    Esa demanda latente fue uno de los factores que tuvimos muy en cuenta —a qué negarlo— cuando nos planteamos editar de nuevo el tercer número de Libros De La Micronesia, una colección de publicación objeto, de tiraje restringido y numerado de ejemplares únicos e irrepetibles que nunca reedita ninguna de sus ediciones, por coherencia y respeto para con las reglas del juego.

   Y eso es precisamente lo que hemos hecho: acatar las reglas del juego y no limitarnos a despachar una mera reedición aproximada sino abordar un proyecto mucho más ambicioso: una nueva edición corregida, ampliada, apostillada e ilustrada para la ocasión. Un nuevo tercer número de Libros De La Micronesia



Portada del nº 3 de Libros De La Micronesia. 1999, De La Pulcra Ceniza.


El nº 3 abierto y desplegado


Contraportada del nº 3


Lo cierto es que hacer una reedición cabal de esa publicación hubiese sido una empresa complicada por varios motivos: los tres modelos de papel pintado de Laura Ashley que se emplearon ya no se fabrican, y tampoco los almacenes centrales de la marca tienen stocks, remates ni rollos sueltos de esos viejos estampados. Con la galleta ocurre más o menos lo mismo: la marca Fontaneda sigue fabricando su famosa galleta María Tostada, pero ya no es exactamente la misma que nosotros utilizamos en su día, sino algo más pequeña y con un diseño ligeramente diferente. Aunque todavía es pronto para confirmarlo, otro asunto con el que podríamos tener problemas es con la tipografía que en su momento se utilizó para fijar el texto El oso de arenisca y la fuente tiquismiquis, vieja y enigmática fuente de PC cuyo paradero es de momento desconocido para los diseñadores que nos asisten, todos ellos abducidos por la secta Mac y peleados por definición con todo lo que sea entorno Windows. Con lo demás no hay problema: la caja transparente de CD y los papeles blanco de seda y vegetal son productos estándar que se siguen fabricando exactamente igual.

    Reeditar esa publicación tal cual era complicado, como he dicho, pero no imposible. Por descontado que hubiésemos podido realizar un facsímil virtual, un doble exacto del tercer número de Libros De La Micronesia. Pero era un recurso carísimo, aburrido por lo previsible y sobre todo reñido con la particular filosofía de De La Pulcra Ceniza, que por la época en que se hizo el tiraje original apostaba preferentemente por la economía, la ligereza, la espontaneidad y el echar mano de lo que había. Aunque la lógica evolución del sello ha desdibujado con el tiempo esos requisitos, entendimos que la reedición no debía faltar a los principios básicos que en su momento alumbraron esa curiosa edición.

   Al factor demanda se sumó en su momento un hecho propicio y muy oportuno que venía que ni pintado para justificar la nueva edición: en 2014 se cumplían quince años del lanzamiento de la publicación original. Habían transcurrido como si nada tres lustros, y vimos en esa efeméride el momento ideal para presentar el flamante nuevo tercer número de Libros De La Micronesia. Con esa estrategia en mente nos pusimos manos a la obra a finales de 2013.


   
A día de hoy, constatamos que se esfumó el factor propicio de la efeméride de los quince años, que hemos dilapidado bastante tiempo y que todo apunta —ahora sí— a que será en la primavera de 2016 cuando tendremos por fin lista la edición. Vamos con algo más de un año de retraso, pero no se me antoja un dato preocupante sino todo lo contrario; diría que, como la marca de agua en el papel, esas señales de divagación y retardo sobre la fibra del tiempo que le hemos dedicado acreditan que es uno de nuestros trabajos; que, en un entorno editorial, social y vital pervertido por la prisa, esa edición se ha elaborado con la cadencia, la demora, los escrúpulos y el primor de siempre; que es genuina, auténtica y no lucirá en vano el pie editorial que la acredite como publicación de De La Pulcra Ceniza.



Libros De La Micronesia, nº 3 / Nueva edición 2016

Tripulación:

Textos: David Aceituno, Carlos Ballester, Jordi Galli, Juan Miguel Muñoz, Ángel Pérez, Magela Ronda y Héctor Sánchez
Ilustraciones: Almudena Maestro
Diseño: Araceli Ramos
Maquetación: Ángel Pérez
Fotomecánica: Óscar Tomás


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sábado, 7 de noviembre de 2015

20 LÍNEAS





Procuro siempre dejar las tardes de los viernes para la deriva, el vagabundeo ocioso y la caminata demorada y sin propósito alguno. Rectifico: a decir verdad, propósito si hay, y no es otro que el de poner en práctica la hermosa exhortación de Valéry: “Hay que reservarse tiempo para el espíritu. Para el espíritu hace falta tiempo perdido”.

    Valéry está todavía ahí mismo, pero a la vez, y dicho sea con todo respeto, es una antigualla, una reliquia de aquella bendita época que todavía ―pero ya por poco― transigía de buen grado con la existencia de tiempo improductivo, de ocio sin más. La nuestra ―la de la sociedad líquida y el tardocapitalismo cínico y farmacopornográfico― es una época sombría  incapaz de concebir el ocio como tal y por separado del ajetreo consumista, o sea, como tiempo para la higiene del alma.

    A eso tan delicado de ejercer el ocio para la higiene del alma me quiero volver a dedicar, como decía más arriba, las tardes de los viernes.

    
La deriva de turno me condujo ayer hasta las callejas tardías del Raval, y me hizo pasar, justo cuando conectaban la iluminación, por delante de la galería etHALL. La exposición ya la había visto hacía semanas ―de hecho hoy es su último día en cartel―, pero me pareció que no había casualidad alguna, que la sala abría y se iluminaba para mi exclusivo deleite. Y entré a ver de nuevo la muestra 20 líneas del ilustrador Matt Madden.




    Según indica el autor mismo en el pliego explicativo, esas "20 líneas" son una réplica gráfica a las veinte líneas de redacción que practicaba a diario el escritor Harry Matthews ―su referencia directa―, quien, a su vez, no hizo más que aplicarse y seguir el consejo de Stendhal de escribir diariamente, “seas o no un genio”, un mínimo de veinte líneas. 

    Es más que probable que a Stendhal nunca se le pasara por la cabeza que con el paso del tiempo la porosidad de los lenguajes, las prácticas transversales y las influencias entre las diferentes artes, convertidas hoy en un solo vaso comunicante, harían que su conseja de escritor a escritor fuese literalmente utilizada en el ámbito de las artes plásticas. Y es que Madden, que es ilustrador, ha puesto en evidencia que la línea de escritura y la dibujada podrían en cierto sentido ser equivalentes, y que el contenido semántico de la expresión “veinte líneas al día” es polisémico y de aplicación y provecho indistinto para escritores y también para grafistas.

    Es muy significativo el comentario que Madden deja ir respecto a la estrategia que hay tras esos ejercicios de línea y diga que su objetivo era “profundizar en el dibujo, porque siempre tiendo más al pensamiento estructural/lingüístico”. Creo que el comentario permite entrever que, aunque sea autor de comics, Madden pertenece sin duda al ala pop de esa hermandad de gente rara que, cuando se sienta ante la hoja en blanco, no sabe todavía bien si es para escribir, dibujar y pintar o ambas cosas. La hermandad de los Blake, Michaux, Sarduy, Lamborghini y Ullán, entre otros.

    La exposición me pareció una delicia en su día y me lo ha vuelto a parecer en esta segunda visita. Según Madden, son meros ejercicios de rigor e inventiva hechos a diario utilizando tan solo veinte líneas, pero sorprende ver cómo con mimbres tan primarios y escasos es capaz de articular un repertorio tan variado. Aunque su puesta en escena ―sobre el mismo tipo de papel blanco, en idéntico formato y siempre con tinta negra― es de índole serial, los resultados que obtiene son afortunadamente diversos y muestran un amplio espectro de intereses que van de  lo gráfico a lo caligráfico e incluso a lo narrativo, en algunos de sus resultados más elaborados y felices.

    Y luego está, para rematar, la factura de la exposición, de una sobriedad y delicadeza admirables. Los dibujos no se han enmarcado, se han dejado tal cual sobre una discreta moldura blanca que apenas sobresale un centímetro del plano de la pared y recorre, en uno o dos niveles, el perímetro de la pequeña galería. Notable alto, sin duda.
















domingo, 1 de noviembre de 2015

ARTE REGENERADO





De poco le ha ido que me quedase sin ver la exposición que, bajo el título “Del segundo origen, artes en Cataluña, 1950-1977”, ha permanecido en cartel desde el 2 de julio hasta el 25 de octubre. La vi, como digo, por los pelos, ya que me dejé caer por las espaciosas salas del MNAC el último  domingo de octubre, día de clausura de la muestra. Tuve, eso sí, la precaución de ir temprano para evitar en lo posible las hipotéticas aglomeraciones de día festivo y poder hacer el recorrido con la suficiente demora y sin la molesta contaminación acústica de las visitas guiadas. Con todo, a mi precaución de salir temprano vino a sumarse un descuido fortuito que descubrí nada más entrar al metro: la noche anterior no había hecho el preceptivo cambio de hora. Iba con una de adelanto.
   
   No ya cuatro, sino solo tres fuimos los gatos que accedimos a la exposición a la hora de apertura. Y sí: la vi muy a mis anchas y sin el molesto tábano de las visitas guiadas. Así da gusto.


La tarea de revisar un panorama cultural finiquitado y cerrado, y escoger de entre sus actores y sus obras aquellos que se consideren relevantes no es un mero ejercicio de museografía, sino una operación de naturaleza artística llevada a cabo por comisarios y curadores, que aplican en el ámbito de la cultura la ya célebre máxima del naturalismo acuñada por Émile Zola: “Un fragmento de la naturaleza visto a través de un temperamento”.
   
   “Un fragmento de la cultura visto a través de un temperamento”, esa es la compleja fórmula que está detrás de toda exposición dejada al cuidado de un curador. En este caso, la complejidad inherente a cualquier  operación de ese tipo ha tenido un plus de complicación, ya que no cabe hablar de uno sino de tres temperamentos; y es que, según el doble pliego explicativo que se ofrece con la entrada, son tres los comisarios que están tras la selección de obras que componen el corpus de la muestra.

   Mucho antes de que la industria editorial la manipulase para el negocio y la transformase en el socorrido eslogan “Somos lo que leemos”, la observación de que es la mirada la que verdaderamente nos nutre el carácter se remonta a Plotino. “Somos lo que vemos”, dejó escrito el maestro. Sin poner objeción alguna al aserto de tan venerable clásico, que damos por bueno, no es menos cierto que la frase no pierde un ápice de veracidad si se la articula a la inversa: vemos lo que somos, o sea, que miramos de la única manera posible: con el temperamento.

   Que también para un curador sea ineludible mirar con el temperamento no siempre explica por qué una exposición es como es, y menos una como ésta, que por la estrategia museográfica que la ampara; el presupuesto con el que ha contado; los fondos a los que se ha tenido acceso; el aparato teórico que la sustenta y el magnífico catálogo que aporta —que se ha concebido como obra de referencia y de consulta ineludibles—  deja bien patente su carácter de empresa compleja, discutida, calibrada, pactada y poco porosa a los personalismos y las veleidades del temperamento.


Yo diría que la panorámica que se ofrece de esos veintisiete años de arte catalán no es “una opción neutral y libre de lecturas”, como sostienen los curadores en el texto de presentación, ni es del todo cierto que la exposición no establezca ninguna tesis en concreto, como también se dijo el día de la presentación. Entiendo que la selección de los artistas —son todos los que están, pero no están todos los que son, o fueron, para hablar con propiedad— y los escrúpulos, preferencias y minuciosos cotejos en la selección de obras son todas ellas maniobras hechas a través de un temperamento tripartito pero con una sola intención y muy clara: ofrecer una versión de los hechos y avalarla con un importante catálogo que le otorgue validez de tesis.

   Es evidente que de la revisión de esos veintisiete años de arte catalán —un fenómeno muy localizado, de pequeñas dimensiones y con una reducida nómina de artistas, galerías, grupos y movimientos— no puede salir una ingente cantidad de versiones, que a buen seguro serían muy parecidas entre ellas. Lo que defiendo aquí es que por nimias que fueren las diferencias en la selección de obras y su disposición, supondrían, con todo, ligeras pero importantes modificaciones en gradaciones, énfasis y ritmos del significante, lo que sin duda acarrearía levísimas matizaciones de sentido, significado y discurso. Toda esa red de diferencias microscópicas entre una muestra y otra las convertiría a cada una de ellas en exposiciones únicas de entonación bien diferenciada. Y eso es precisamente lo que ha ocurrido en este caso, aunque el triunvirato de curadores se arrogue de haber alumbrado una muestra “neutral y libre de lecturas”.


A mí me dio la impresión de que se ponía cierto énfasis en algunos artistas, a la par que se atenuaba a otros o se les dejaba fuera sin mayores miramientos. Eso se veía nítidamente en el movimiento de apertura de la exposición, donde yo creo que faltaban los escultores Fenosa y Granyer, y los surrealistas Massanet y Planells. Y era también evidente más adelante, en el ámbito dedicado a pintura de la década del setenta, donde encontré a faltar a la mitad del grupo Trama: Javier Rubio y Gonzalo Tena.

   Por otro lado, al no ser esta una muestra monográfica acerca de un lenguaje o movimiento específico, sino que ha querido abarcar la panorámica del arte catalán a lo largo de dos décadas y media mostrando para ello “las disparidades y tensiones” que confluyeron en la época, es obvio que se ha puesto toda la atención en los movimientos de reactivación de las vanguardias, de ruptura, de Arte Regenerado o que seguía a pies juntillas las modas del momento, en detrimento de gente muy válida que trabajaba al margen de ese tipo de supersticiones —Todó, Villà, Casaubón, Madola, Luisa Granero, Niebla, Joan Mora y los surrealistas de la Sala Gaudí, entren otros muchos—; lo que convierte a la exposición en una maniobra algo sesgada, parcial y sobre todo engañosa para el espectador poco informado, que ha salido de la muestra pensando que la totalidad de los artistas catalanes del período cerraron filas en pos del último grito, cuando lo cierto es que el panorama era rico, variado y, como en botica, había de todo.


Discrepancias al margen, es indudable que ha sido una muestra interesante y de gran riqueza testimonial, en la que se han podido ver obras poco o nada conocidas —y eso siempre es de agradecer— que iluminan la germinación y los recodos, umbríos y poco frecuentados, de las trayectorias de algunas de las luminarias locales del arte del siglo pasado.


Figura en espai fluidic, de Josefa Tolrà, una de las mejores obras de la muestra.


                                                            †



domingo, 20 de septiembre de 2015

BIBLIOTECA FÓSIL, Nº 5 (CATHAY)




Ezra Pound, autor de Cathay, en su pose más
desafiante y conspicua..



Biblioteca Fósil es la colección más radical de De La Pulcra ceniza y el ejemplo que mejor ilustra el talante verdaderamente peculiar de nuestro proyecto. Ninguna de las piezas que la compone es una labor de imprenta, y ni siquiera su factura, y mucho menos su técnica, tienen parentesco alguno con las Artes Gráficas.  No obstante esa filiación extraña, nosotros la presentamos y defendemos, con total honestidad y sin ningún tipo de complejo, como colección neta y estrictamente editorial, en el sentido amplio, necesariamente renovador y no siempre ortodoxo que puede tener en nuestros días editar.

    Siguiendo con la presentación pormenorizada, desordenada y muy espaciada de cada uno de esos trabajos, que iniciamos en junio de 2012 con la entrada dedicada a Four quartets, octavo número de la colección, hacemos hoy lo propio con un trabajo algo anterior dedicado también a un título tan legendario como el del maestro Eliot pero menos popular.

     Es uno de nuestros trabajos de talla más depurados y de elaboración más laboriosa. Reproduce una supuesta edición artesana, hecha a la japonesa y con el religado visto, del célebre poemario de Ezra Pound. Las características de la edición y la editorial son ficticias.
    
    Con todos ustedes nuestra particular versión de Cathay, quinto número de esta Biblioteca Fósil.  






Biblioteca Fósil, nº 5
Cathay, Ezra Pound
Mu Publishing. Ibiza, 1973


Mediada la década del sesenta del pasado siglo, una migración de jóvenes, melenudos, iluminados y muchachas que abominaban del sujetador recaló en la isla de Ibiza para quedarse y, bajo el eslogan “Free, Love, Flowers, Happiness”,  hacer del lugar una habitación promiscua rodeada de mar. La fiesta fue, como es de prever, intensa pero breve; su pico de ósmosis y disolución orgiástica coincidió con el verano del amor de 1969. Después todo haría aguas con rapidez, y apenas en 1972 ese capítulo era ya un hermoso espejismo.

    La mayoría se marchó, y quienes pudieron se reciclaron en profesionales de algo y no se movieron de aquel edén. Tony Townsed rehusó volver al lujoso redil familiar en el exclusivo Primrose Hill. El dinero no había sido ni sería nunca problema para él. Así que se hizo con una destartalada casa solariega provista de higuera y reloj de sol, en la que se instaló para dedicarse a lo que le gustaba. Registró Mu Publishing como marca editorial, habilitó el desván como imprenta y allí realizó sus meritorios tirajes de poesía, filosofía y pensamiento místico, particularmente hinduismo.

    De esta delicada edición en papel artesano del justamente famoso Cathay de Ezra Pound, Mu Publishing hizo un tiraje restringido escasamente a ciento cincuenta ejemplares numerados. El volumen ha quedado como distinguido epítome de lo que aquel proyecto editorial dio de sí.

    Muy imbuido ya en el hinduismo y acaso amodorrado por los aromas del incienso, en 1979 Townsed cortó la higuera, que había contraído un hongo y se pudría irremisiblemente, liquidó lo poco que quedaba de Mu Publishing y fijó su residencia en Benarés.

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En la piedra de factura impecable de este volumen perfectamente conservado todavía se deja ver la vibración dorada del papel artesano amarillo en que fue impreso. Toda la delicadeza de la encuadernación “a la japonesa” y la filigrana del religado visto han pasado milagrosamente a la calcita para dar fe de la hermosura formal y la hechura cabal de este Cathay de Ezra Pund, impreso artesanalmente en Ibiza durante el otoño de 1973.
     
    El escáner ha revelado que este ejemplar es el setenta y ocho de un escaso tiraje reducido a ciento cincuenta unidades numeradas.




Nº de registro                      BF0052009B

Ficha bibliográfica             Cathay
                                                Ezra Pound
                                                Mu Publishing, Ibiza, 1973
                                                62 páginas
                                                Edición hecha a mano en papel artesano
                                                150 ejemplares numerados

Ficha fósil                              Velocidad de fosilización: vertiginosa.
                                                 Estado: endurecido pétreo y de color 
                                                 blanco amarillento con máculas de amarillo
                                                 ictérico en el anverso. Completamente curado y
                                                 con plena apariencia de calcita.  



Cathay, Biblioteca Fósil, nº 5, vista del anverso.

vista del reverso.


Escáner del anverso.

Escáner del reverso.



Logotipo de Mu Publishing.



             
                                                            

domingo, 1 de febrero de 2015

CIRCULAR NOCTURNA II



Vista de la Galería El Catascopio desde el exterior.


El pasado jueves día 29 a las 19,30 h. se abrían las puertas de la galería El Catascopio y quedaba formalmente inaugurada Circular nocturna, mi décima muestra individual y exposición por completo distinta a Nilo abajo, clausurada hace apenas medio año en el Espai Betúlia de Badalona.

    La obra que cuelga de las paredes de El Catascopio es de hecho tan diferente a la que se exhibía allí, que ni por asomo parece del mismo autor. Esa circunstancia descolocó a algunos de los asistentes que nos han seguido poco y no acaban de estar al día de la feliz circunstancia de que nunca (o casi) nos repetimos.

    A diferencia de Nilo abajo, exposición de mucho aparato, hecha con el diafragma de la sensibilidad completamente abierto y en la que coexistían y se cruzaban multitud de técnicas, poéticas, caminos y propuestas, esta Circular nocturna es una muestra austera, casi severa, exenta de aparato y hecha con el diafragma cerrado y enfocado sobre una sola técnica y un único asunto: el collage mixto y los camiones circulando de noche.

   Como ya hemos apuntado en alguna entrada anterior, las ilustraciones fueron realizadas en 2012 para iluminar Ruta nocturna, poemario de David Aceituno publicado al año siguiente por De La Pulcra Ceniza.


Tras pasar por el escáner, las ilustraciones de Circular nocturna llevaban archivadas desde la primavera de 2013. Desde entonces, dormitaban fuera de circulación en un portafolio depositado en uno de los estantes del taller. Sin saber lo que se me venía encima, el pasado verano decidí sacarlas y airearlas.

    El catalizador que puso en marcha las reacciones que culminaron en la inauguración del pasado jueves fue mi buen amigo Lorenzo Casado, quien, en una visita relámpago a mi taller, vio los originales, sin encuadrar ni enmarcar, sujetos con imanes a un riel metálico. Como quiera que le dije que los tenía a la vista para ir revisándolos, ver de enmarcar algunos para compromisos e ir mirándolos sin mayores propósitos, él me espetó una exhortación que resultó providencial: “No divagues, tío. Tienes delante de las narices una bonita exposición”. Ahí comenzó todo.

    Con posterioridad, he caído en la cuenta de que ese “No divagues, tío…” tiene cierta similitud con la conocida (es un decir) amonestación que Lady Macbeth lanza a su marido en el segundo acto del célebre drama: “No caviles tanto”. Los amigos con visión y las esposas decididas están para eso: para que acertemos a ver lo esencial entre lo meramente accesorio.

    Como me gusta hacerlo a mi manera y barato, los dibujos los enmarqué yo mismo (corte del vidrio incluido) cómodamente y sin prisas a lo largo del pasado verano, cuando ya había acuerdo con Rebeca, la galerista que pilota El Catascopio.


Lo mencioné en la breve alocución que hice durante la inauguración y lo repito aquí para que, por así decirlo, conste en acta y no quede como apunte oportunista o flor de una sola tarde: por nitidez de enfoque, gracia en la ejecución y rotundidad poética, yo diría que Circular nocturna es una de mis mejores exposiciones, si no la mejor.



Vista parcial de la exposición. A la derecha, tablón de avisos que contiene la circular nocturna.


Documento que da nombre a la exposición.


Vista parcial de la exposición



Vista parcial de la exposición desde el exterior.

Vista parcial de la exposición

Vista en detalle de una de las obras expuesta.

Vista en detalle de una de las obras expuesta.

Vista en detalle de una de las obras expuestas.




Vista general de la galería desde el exterior.


Rebeca, galerista y piloto de El Catascopio.