domingo, 24 de enero de 2016

J.G. BALLARD EN EL RÍO INFERNAL



Cubierta de la mítica monografía dedicada a Ballard. Re/Search, San Francisco, 1984.


Aparte de que no es ninguna bicoca se mire por donde se mire, trabajar en un gran grupo editorial puede tener efectos secundarios a la larga. Una de las consecuencias —y no precisamente la peor— de respirar a diario el aire del negocio y ver libros por todas partes durante décadas es que se corre el serio peligro de acabar aborreciéndolos o, como poco, de prestar oídos y comenzar a ver con cierta simpatía a los raros que cuestionan la nobleza intrínseca del libro y toda esa mandanga.

   Aunque mi grado de deterioro al respecto no es todavía alarmante y aún no he aborrecido los libros, reconozco que ya llevo tiempo haciendo ojitos y simpatizando con disidentes como el Marco Aurelio que exhortaba a la abstención con su radical “Déjate de libros”, o el Borges no menos disuasorio de “Todos los libros, en el fondo, dicen lo mismo”. De entre los jarros de agua fría lanzados por esa infame turba al rostro de la industria editorial, tengo especial predilección por el de Terry Eagleton, que la acusa muy a las claras de cultivar una suerte de opio de nuevo cuño para el pueblo de siempre: “Si no se arroja a las masas unas cuantas novelas, quizá acaben por reaccionar exigiendo unas cuantas barricadas”. En esa longitud de onda se mueve nuestro Víctor Moreno, del que copio este comentario: “Hoy, quizá, la finalidad última de la alfabetización sea conseguir que la gente esté mansamente quieta mientras lee”.

   Al margen de esas consideraciones particulares, lo cierto es trabajar en un gran grupo editorial, aunque sea como humilde subalterno de un remoto departamento de servicios generales, como es mi caso, es una bendición si te gustan los libros.


Un libro algo disidente sobre "teleología lecturil". Caballo de Troya, Barcelona, 2009.


El grueso de las publicaciones que circulan por las dependencias en las que que trabajo son las de la casa. Pero también corre por allí una cantidad nade despreciable de ediciones de terceros: las de la competencia directa, las de la competencia difusa; de editoriales de todo pelaje, de autor, marginales, no venales y de productos editoriales de toda procedencia y condición. En el mejor de los casos, esa plétora de libros va a los estantes comunitarios, donde le es permitido abrevar al personal, cuando no directamente a la bala de papel.

   Tengo a gala el reconocer que he estado muy atento siempre a esa pedrea venida de fuera y a los hipotéticos avisos que pudieran derivarse de lo que, no pareciendo en principio más que un hallazgo fortuito, bien pudiera ser el broche de algo más complejo y misterioso: la culminación ineludible del destino de un libro cuando, en palabras de Borges, “… da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos”.


El flujo de todo ese material es irregular y antojadizo, pero es cuando hay permutaciones, mudanzas de toda índole y muy especialmente cambios de ubicación, relevos y demás movimientos tectónicos en el área de edición, que conviene estar atento, abrevar a diario en el estante comunitario y, sobre todo, cribar meticulosamente los vertidos que fluyen hacia la bala de papel. El sótano de Thomas Bernhard en el año 1981 o por ahí; Larva de Julián Ríos una década después; La sepultura sin sosiego de Connolly a principios del cambio de milenio; Memorias del subsuelo de Dostoyevsky algo después y Testo yonqui de Beatriz Preciado hace apenas tres o cuatro años son algunos de los libros memorables con los que uno ha entrado en contacto por la vía de andar hurgando en los ribazos de la escombrera comunal.


Contraportada de Re/Search, Nos. 8-9. San Francisco, 1984.


   El último de mis hallazgos, rescatado hace apenas unos días de los estratos intermedios de una jaula vertedero atestada de viejos catálogos de Faber and Faber, Insel Verlag, Flammarion y demás emporios, es un ejemplar del mítico número doble que la revista Re/Search dedicó en 1984 a J.G. Ballard. Casi nada. El hallazgo es especialmente memorable por cuanto se trata de una publicación mítica, descatalogada y hasta tal punto inencontrable que, por lo que ha llegado a mis oídos, el ejemplar que de esa publicación se exhibía en la muestra que el CCCB dedicó a Ballard en 2008 no era del tiraje original, sino de una reedición algo posterior.

   Solo a título de curiosidad, y por hacerme también una idea algo más precisa del grado de mitificación real de la publicación, he indagado en la red a cuánto se cotiza una copia en buen estado del primer tiraje de la monografía que Re/Search dedicó a Ballard en 1984. Ni más ni menos que a 150 dólares.

   
No tengo intención ninguna de desprenderme de ese hallazgo. Por si alguna vez se confirmara que soy “el hombre destinado a sus símbolos” —todo puede ser—, lo añadiré a mi humilde biblioteca y quedará depositado en la librería inclusa donde pongo los libros abandonados que he sacado del torrente. El río infernal que va al molino de papel.

 
Índice y página de créditos del mencionado doble número de Re/Search,



domingo, 17 de enero de 2016

BIBLIOTECA BOWIE


Un ejemplo de bibliofilia pop a cargo de La Estampa Indeleble. (Colección particular).

Como no podía ser menos, la necrológica con mayúsculas y el trending topic de los decesos en lo que va de año ha sido el inesperado tránsito de Mr. David Bowie. Además del ingente alud de artículos que se han publicado estos días al respecto, es de prever que los próximos meses nos traigan, con los conciertos de homenaje, las reediciones y el inevitable repunte del merchandising, otro aluvión de artículos de mayor calado, de biografías más o menos autorizadas y repasos pormenorizados de la compleja figura del maestro y su legado.

   No está uno sentado aquí ante el ordenador solo para loar al finado —aunque también, por supuesto— y echar más leña al fuego de esa actualidad, sino principalmente para aprovechar su tirón publicitario y dar a conocer nuestra Biblioteca Bowie, nuestra colección La Estampa Indeleble y en definitiva toda esa actividad que llevamos entre manos de manera casi clandestina, y que tan necesitada de promoción está.

    Ya que no es momento ni lugar para volver sobre lo andado, remito a los interesados a la entrada del 7 de diciembre de 2012 de este mismo blog, donde dimos a conocer la colección y ya se pudo ver entre otros, si bien en su primera versión, el primero de los ejemplares de la mencionada Biblioteca Bowie.


Otro ejemplo de bibliofilia pop a cargo de La Estampa Indeleble. (Colección particular)

Trucar viejas publicaciones que nadie quiere y hacerlas pasar, con bastante morro y toda la liturgia de la mística editorial, por ejemplos eximios de alta bibliofilia pop. A esa oscura y algo delictiva tarea llevamos dedicados ya unos cuantos años. Uno de nuestros solistas preferidos, al que una y otra vez hemos vuelto a coger prestados títulos de canciones y elepés para nuestros propósitos impuros, ha sido David Bowie.

    Trabajar con el legado de terceros es siempre una responsabilidad, que en el caso de Bowie, y por razones obvias, se hace algo intimidante. No sabría decir si los trucajes de algunos de sus himnos son de los más conseguidos de toda la colección, pero sí que están entre los más calibrados y sopesados. También son —por qué no decirlo— de los que mejor hemos vendido.

    Lo de menos es que esta Biblioteca Bowie sea prueba de que también en nuestro caso el influjo de su talento ha sido evidente. Lo que cuenta es que sus discos llevan décadas sonado con asiduidad en nuestro taller. Esa fidelidad es de ley, y no está sujeta a mudanza ni sobresalto. Vamos a seguir pinchándolo como si nada.

 
Más ejemplos de bibliofilia pop, siempre a cargo de La Estampa Indeleble,
una colección de De La Pulcra Ceniza, ediciones.







Indice

BOWIE, David
Ashes to ashes
Publicación soporte:
Libro de primera comunión
Barcelona, 1957

BOWIE, David
Diamond dogs
Publicación soporte:
DALMAU, José. Resumen de las lecciones de aritmética,
Girona: Dalmau-Carles Pla, editores, 1945.

BOWIE, David
Hunky dory
Publicación soporte:
MUÑOZ SECA, Pedro. La venganza de don Mendo
Madrid: Afrodisio Aguado, 1924.

BOWIE, David
Scary monsters
Publicación soporte:
Llibre d’oracions de sobretaula
Barcelona, 1908

BOWIE, David
The rise and fall of Ziggy Stardust & the spiders from Mars
Publicación soporte:
RUBIO, Mariano. La guerra moderna  
Barcelona, Sucesores de Manuel Soler, editores



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martes, 5 de enero de 2016

VACACIONES EN "THE RIVER"



Bataille, un intruso en el género de la autoayuda...

Ha ocurrido con tanta frecuencia, tiene uno ya tan arraigado pasar las vacaciones trabajando, que el despilfarro de ocio que supone —como si sobrara— no lo percibo como excepción pasajera o moratoria eventual de la costumbre de vacacionar y haraganear cuando toca. Más bien ha ocurrido que el hábito de quedarme trabajando el mes de agosto se ha hecho tan predecible, que tiene ya categoría de eso que los juristas denominan “costumbre inveterada”, otra manera de decir que de hábito arraigado ha pasado a tener rango de norma a seguir.

   Hacer leña del mes de vacaciones, quemarlo alegremente sin descanso alguno y despilfarrarlo por entero trabajando son otras maneras de gastar suntuosamente sin miramientos y por encima de mis posibilidades ocio puro, algo de lo que no voy muy sobrado. Cuando a uno le da por pensar que ha malgastado las vacaciones trabajando en vez de “tumbar mulatas” que decía el poeta, lo mejor es ir a la biblioteca y echar mano de La parte maldita de Georges Bataille. Mano de santo en estas ocasiones.

   Los gastos suntuosos y la dilapidación de excedentes escasos y valiosos serían, según Bataille, otras tantas maneras de emular y congraciarnos con la naturaleza, cuyo brío demencial despilfarra y malversa el lujo de la vida sin contención que valga y sin atisbo ninguno de lo que pudiera ser el ahorro o la noción de gasto a recuperar, normas básicas de nuestra economía miope, alicorta y divorciada del universo.

   La alquimia de la lectura tiene tal capacidad de persuasión, que de estar algo alicaído por pensar que ha desperdiciado el ocio sagrado, vía Bataille pasa uno a identificarse con el salvaje que sacrificaba recuas de caballos purasangre a la hoguera sin ley de la naturaleza derrochadora y pródiga. Así de sencillo.


Como no podía ser menos, el pasado mes de agosto me quedé en Barcelona ultimando una serie de libros tuneados, en los que había venido trabajando desde junio. El conjunto —unas veinte piezas, de las que se descartarían cinco o seis— estaba destinado a la exposición que tendría lugar en octubre en una librería de Milán; exposición que se aplazó y que de momento continúa aparcada en ese limbo incierto.

   Uno de los trabajos que se descartó fue The River de Bruce Springsteen, tuneado sobre un ejemplar de Llegendes de Nadal de Georges Denôtre editado en Barcelona, sin especificar el año, por Edicions de l’Arc de Barà. Aunque yo diría que estaba entre los más logrados, lo cierto es que, contra todo pronóstico, el librero lo desestimó y quedó desligado de la exposición; descartado pero disponible. El pasado mes de noviembre nos lo compró un seguidor de Bruce Springsteen.


Libro recuperado y manipulado para nuestra colección La estampa indeleble.

   La entrada de liquidez que ha supuesto esa venta me ha obligado a reconsiderar mi relación con Bataille y a relativizar la validez de La parte maldita —mano de santo en tantas ocasiones— como libro de autoayuda. Y es que todo eso del derroche incondicional del excedente de ocio en una causa perdida está muy bien. Pero resulta que la causa puede que no estuviese tan perdida, que hay mercadeo y una entrada de dinero que lo expulsa a uno de la épica del gasto cósmico y lo inserta nuevamente en el redil de la economía a escala humana, a la que uno vuelve como a su cama después de pasar la noche al raso con lo puesto.

   Entiendo que la lección a extraer del caso es que ha de seguir uno recurriendo a La parte maldita, por supuesto, pero con la precaución de cerrar el libro de vez en cuando y, a la manera de un mantra, musitar un eslogan algo sobado pero ideal para hacer de contrapeso: “La economía, estúpido”.


Portada de LLegendes de Nadal, el libro intervenido.


Guardas traseras con la etiqueta que acredita nuestra fechoría.

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