sábado, 28 de mayo de 2016

EL INACCESIBLE AMARILLO DE RÀFOLS-CASAMADA


"Laguna veneciana" de Albert Ràfols-Casamada

Que el envejecimiento y la pérdida de las ilusiones y las banderas no solo afecta a individuos y generaciones sino también a las ciudades que los acogen y los ven surgir y eclipsarse. A esa conclusión llegué hace unos días viendo la excelente y entrañable muestra que la Fundació Vila Casas dedica en Can Framis a la obra de Albert Ràfols-Casamada.

    Yo diría que tras la desaparición de Hernández Pijuan en 2005, de Ràfols-Casamada en 2009 y de Tàpies en 2012 Barcelona es una ciudad que, justo es reconocerlo, se ha quedado sin ilusiones ni banderas y se halla en una situación de pérdida irreparable en lo que respecta a la pintura. Pintores no faltan —puede que incluso haya de sobra, como siempre—, pero hoy por hoy no parece probable que vuelvan a coincidir a medio plazo en la ciudad tres figuras de semejante valía. Y yo diría que por dos motivos. Primero: porque al igual que nos ocurre a las personas, también la ciudad ha de pasar necesariamente por el trance de guardar luto por esa cadena de pérdidas —pictóricas en este caso— para resurgir posteriormente; proceso que requiere tiempo y no se puede resolver en un pispás. Y segundo: porque es harto evidente que la pintura no solo no cuenta con el beneplácito sino que incluso podría decirse que ha caído en desgracia a ojos de los comisarios de nuevo cuño, los artistas en boga y “tutti quanti” de la escena más joven y exitosa.

    A buen seguro se me objetará que siguen en activo García Sevilla, Frederic Amat, Alfons Borrell, Xavier Grau y Viladecans entre otros, y que ese plantel, que no se puede soslayar a la ligera, demuestra que en Barcelona aún se hace pintura de mérito. Aunque cierto, para mí es evidente que el estado de plenitud y felicidad pictórica que se vivía en Barcelona cuando la galería Joan Prats mostraba en una misma temporada obra reciente de Tàpies, Ràfols y Pijuan es irrepetible a día de hoy.


Ráfols fue un pintor que llegó a la abstracción por eliminación, decantación y destilado personal de la figuración tradicional. En ese sentido, y aunque es evidente el ascendente que tuvo sobre él la escena foránea, es un pintor hecho a sí mismo que a base de mucha perseverancia dio con un estilo fresco, lírico, hermoso y muy personal. Es una de las cimas de la abstracción lírica de por aquí; escuela a la que, certera y algo maliciosamente, Luis Racionero denomina “informalismo comercial”.

    Ràfols tenía fama de colorista muy dotado, de saber como pocos cuándo dejar el cuadro, cómo titularlo y de qué manera y con qué talante ejercer y combinar los delicadísimos escrúpulos, antojos y renuncias inherentes al acto de pintar. Por si hiciera falta recordarlo, esta exposición demuestra que poseía esas prendas y aún otras.

    Yo diría que el Ràfols más veraz, y que de tan intensamente lírico roza en repetidas ocasiones la dimensión orgiástica de lo sublime, es el de los cuadros de formato medio derivados de una poderosa evocación cuyo origen aún pude rastrearse en el título de la obra. “Puerto nocturno”, “Noche transparente”, “Laguna veneciana” y “Nocturno de Brooklyn” tienen el ascendente que he mencionado y sin duda son de lo mejor de una exposición para ver y paladear con detenimiento.

    Uno de los aciertos de Ràfols es haber hecho suyo y defendido contra viento y marea uno de los principios básicos del ideario de Matisse: que la pintura sea un calmante intelectual, un solaz en medio del tráfago del mundo. En esa clave entré en Can Framis a ver la exposición: como el que se arrellana en el sofá al final de la jornada, deja que suene Satie y abre una cerveza.


Cuando ya me iba, vi una muchacha con short amarillo que accedía a la sala y de súbito me acordé de una línea del Dietari donde Ràfols habla de ese color como “l’inaccessible groc”. El inaccesible amarillo.

                                                          
                                                              


sábado, 14 de mayo de 2016

LIBROS DE LA MICRONESIA, Nº 3


Así se ve el nº 3 de Libros De La Micronesia reeditado para la ocasión.

Nos place comunicar que tras un par de años largos de dilaciones, aplazamientos y demoras de índole diversa, finalmente De La Pulcra Ceniza ha publicado la esperada nueva edición del tercer número de Libros De La Micronesia. La publicación se ha dado a conocer durante la pasada edición de Arts Libris. No obstante esa discreta aparición de tapadillo y sin alzar la voz, su presentación oficial y bautizo multitudinario tendrán lugar el próximo jueves 16 de junio en la asociación cultural Jam Circus.

    Como ya hemos comentado con cierta extensión en otras entradas de este blog, el tercer número de Libros De La Micronesia fue, además de nuestro inesperado primer best seller, una publicación clave para el afianzamiento no solo de la colección sino también del proyecto De La Pulcra Ceniza.

     La edición llevaba más de doce años agotada cuando, ante la proximidad del quince aniversario de su publicación, la toxina de la nostalgia nos afectó en profundidad durante una sobremesa, y al cabo de la tarde de ese mismo día ya nos había ganado el deseo irrefrenable de reeditarla.

    Una cosa llevó a otra y aquí estamos con la nueva criatura: un flamante tercer número de Libros De La Micronesia ampliado, enriquecido con textos de apoyo, ilustrado, rediseñado, apostillado y convertido en una hermosa y sentida publicación tributo.


La edición, que consta de quinientos cinco ejemplares numerados y ha sido en parte impresa sobre papel pintado de estampados diferentes para números pares o nones, se presenta en un estuche de acetato transparente y se compone dos cuerpos: la caja de cedé con a la edición original, y un teatrillo desplegable que contiene el libreto añadido para la ocasión.

    Como no podía ser menos en una edición tributo, la publicación se abre con una breve mención de la obra original y quienes la hicieron posible: 
   
    “La edición original de esta publicación es de 1999. La corrección de los textos corrió a cargo de Paz Lorenzo, Martín Ledesma se ocupó de la tipografía, Daisy Dusk de la producción y Juan Miguel Muñoz del diseño y el texto central. En aquella ocasión, el papel pintado era de la marca Laura Ashley; y la galleta, Tostada de Fontaneda.

    Esta reedición, inevitablemente distinta, coral y algo más ambiciosa, desentraña y amplía el breve destello de aquella publicación irrepetible.”



La publicación se presenta en estampados distintos para números pares o nones.

Vista del teatrillo de papel plegado.

Vista del reverso de uno de los número impares del tiraje.

Vista frontal de los dos cuerpos de la publicación

El teatrillo comienza su despliegue...





Vista del teatrillo desplegado, del libreto y los créditos de la publicación.


                                                                †