lunes, 19 de septiembre de 2016

HMS TERROR, FIN DE LA PESQUISA



Pasquín difundido por el Almirantazgo. Londres, 1850.


Si bien es verdad que con algo de retraso, traemos a este humilde blog una noticia que la prensa internacional divulgó el pasado día 12 del mes en curso y la nacional un día después: el hallazgo de la mítica HMS Terror, nave que formaba con la HMS Erebus el contingente de la legendaria y malograda expedición inglesa comandada por sir John Franklin que se desvaneció en pleno Ártico en 1848.

     Al parecer, el hallazgo se produjo el sábado día 3 en las aguas de un remoto enclave cuyo topónimo rinde homenaje precisamente a ese navío, Bahía Terror, y lo destapó un pequeño destacamento de la Arctic Research Foundation desde el Martin Bergmann, uno de sus barcos de rastreo. Según comunicó Adrian Schimnowsky, director de operaciones de la mencionada fundación, el pecio, que se localizó aproximadamente en el centro de la bahía y a una profundidad de veinticuatro metros, no solo está en buen estado sino que incluso puede hablarse de condiciones óptimas o “in pristine condition”, según sus palabras.

    La semana larga que ha mediado desde el día del hallazgo hasta el de su comunicación oficial la tripulación del Martin Bergmann ha hecho las comprobaciones de rigor que confirman sin margen de error la identidad del pecio. Además de cotejar las imágenes del sonar con los planos de fabricación de la nave han introducido en su interior un submarino ROV provisto de cámara. Uno de los detalles inconfundibles del barco, cuyo tubo de escape se ha identificado entre los restos, es el motor de propulsión de 25 caballos de vapor que lleva instalado en la bodega. Al cabo de todo ese minucioso cotejo y comprobación que, como digo, les ha llevado una semana no había ya duda ninguna: el pecio corresponde a una nave de sobra conocida, Her Majesty’s Ship Terror, reliquia ártica capital por derecho propio y uno de los dos objetos más buscados del último siglo y medio. El otro, el HMS Erebus, fue localizado hace justamente dos años, el 2 de septiembre de 2014 en la Bahía Crampton, algo más al sur y no muy lejos de donde ha aparecido el Terror. Las dos naves se han localizado unos cien kilómetros al sur de la posición donde fueron abandonadas el 22 de abril de 1848.

     La pista que ha llevado hasta el paradero del HMS Terror la ha facilitado Simmy Kogvik, el inuit que, como el que no quiere la cosa y por hablar de algo, comentó a Schimnowsky que hace seis o siete años vio sobresalir del centro de las aguas heladas de la Bahía Terror lo que bien podría ser el extremo de un mástil; el fenómeno le resultó tan curioso que hasta le hizo unas fotos que extravió con la cámara. No llegó a ver las imágenes y tampoco hizo comentario alguno del avistamiento. Por si acaso, Schimnowsky, que se dirigía con el Martin Bergmann hacia el Estrecho Victoria, decidió entrar en la Bahía Terror ya que le venía de paso. Según él mismo ha referido, a poco más de dos horas de iniciar la búsqueda dieron con el pecio.

    El Erebus se localizó a tan solo once metros de profundidad, y ha sido un avistamiento de superficie lo que ha delatado al Terror; todo concuerda y parece ratificar la veracidad de uno de los detalles de la información oral que en su momento facilitaron nómadas inuit: que la arboladura de las naves naufragadas sobresalía del hielo. No obstante, gran parte de los individuos entrevistados no habían sido testigos directos del desastre, hablaban de oídas y no supieron dar información siquiera aproximada. Por si fuera poco, lo dificultoso de de la traducción, lo contradictorio de las respuestas, su vaguedad  y escaso rigor geográfico provocaron que de esa vía de investigación no se sacara nada en claro.



Nota de Victory Point, documento que deja constancia del abandono del Erebus 
y el Terror el 22 de abril de 1848. National Maritime Museum, Greenwich.

Que el HMS Terror se botara en 1813 y participara en bombardeos contra posiciones costeras en la guerra contra Estados Unidos, se empleara en misiones de exploración ártica y antártica, y fuese un baqueteado y sufrido navío que tuvo de ser amputado y recosido varias veces no deja de ser interesante y hasta da para llenar una más que meritoria hoja de servicio, pero no para ser el mito marítimo en que acabaría convertido. Para eso hace falta una buena dosis de épica. Y de eso fue de lo que, contra todo pronóstico, hubo de sobra en la que sería su última singladura, cuyos preparativos comenzaron a finales de 1844 cuando fue izado a secano para colocarle una cizalla en la proa y el motor de una locomotora de vapor en la sentina. Luego fue devuelto al gua y pertrechado de carbón y víveres para su viaje definitivo, que sería calamitoso, dramático, hermosamente épico y va orlado con un larguísimo y enigmático epílogo que suma ciento sesenta y ocho años en paradero desconocido.

   Los hitos de ese último periplo son de sobra conocidos. "...El lunes 19 de mayo de 1845 las naves de Su Majestad Erebus y Terror dejaron las atarazanas del muelle de Greenhithe. Para bajar por el Támesis la Erebus fue remolcada por el Rattler, un pequeño vapor de rueda; y la Terror por otro aún más pequeño, el Blazer. Los remolcadores las dejaron en la boca del río y durante un rato se mecieron en el agua mixta. La navegación propiamente dicha comenzó al dejar atrás el malecón de la isla de Rona. El mar veraz comienza ahí.

   Mencionar las etapas iniciales del viaje es nombrar un fetiche o un hito: es invocar. Han sido y serán referidas con la reiteración morbosa con que se rememoran hechos banales que han precedido al horror. No obstante la asidua remembranza de que es objeto, la consabida secuencia ni harta ni se devalúa en simple cadena de anécdotas; la solemnidad que le otorga el ser una confiada secuencia de actos penúltimos lo evita. El número de escalas fue breve y progresivamente frío: islas Orkney, islas Whalefish, estrecho de Lancaster. De no ser porque contactaron con la expedición, el nombre de algunos barcos sería inencontrable fuera del registro del muelle de desguace: la nave de suministros Barretto Junior, que los proveyó de carne fresca y carbón, y que el 12 de julio de 1845 dejó a la expedición en las islas Whalefish para regresar a Inglaterra con la correspondencia y cuatro o cinco marineros que no continuarían; y las balleneras Prince of Wales y Enterprise, que contactaron con la expedición el 26 de julio de 1845 a la entrada del estrecho de Lancaster, y cuyas tripulaciones privilegiadas tuvieron en sus pupilas el fotograma que a ojos del mundo ponía punto final a la mayor expedición ártica: el Erebus y el Terror internándose en la entrada del Paso del Noroeste. Nadie les volvió a ver con vida".


Con el Ártico mermando por momentos y el Paso del Noroeste rendido y accesible durante todo el año, ha sido ahora cuando la gran pesquisa puesta en marcha para dar con el paradero de sir John Franklin, su tripulación y sus navíos se ha cobrado por fin los ases que faltaban.

   Ha tardado ciento sesenta y ocho años en soltar la segunda de sus dos mayores reliquias, pero finalmente el Ártico ha cedido; en 2014 el pecio del HMS Erebus, y hace apenas unos días el de la nave de Su Majestad Terror.


El texto en cursiva es un fragmentos de Erebo & Terror, Libros De La Micronesia nº 6, De La Pulcra Ceniza, Barcelona, 2003.


Erebo & Terror, Libros De La Micronesia nº 6
 De La Pulcra Ceniza, Barcelona, 2003

Erebo & Terror, Libros De La Micronesia nº 6
 De La Pulcra Ceniza, Barcelona, 2003

Erebo & Terror, Libros De La Micronesia nº 6
 De La Pulcra Ceniza, Barcelona, 2003


                                                               †

domingo, 11 de septiembre de 2016

EL DESHIELO DE LA ORTIGA


Ilustración para El archipiélago sideral, © 1993, Ballester/Muñoz.


A raíz de la reciente publicación de la reedición del tercer número de Libros De La Micronesia, nuestra última edición, a vuelta de vacaciones me he encontrado algunos correos de suscriptores, clientes ocasionales y simpatizantes de este humilde sello editorial sorprendidos y molestos la mayoría de ellos ―e incluso alguno indignado― por los comentarios y las opiniones que Carlos Ballester sostiene en su texto En equilibrio inestable, larga andanada verbal con que ha colaborado en la publicación.

   De manera clamorosa y unánime, todo ese colectivo de gente afín coincide en señalar la sorpresa que les ha deparado encontrar un largo alegato contra Libros De La Micronesia en una cuidada edición que celebra y festeja su publicación más entrañable y que edita De La Pulcra Ceniza, la parte agraviada, por así decirlo. También está, a qué negarlo, el correo disidente. Uno solo pero especialmente intenso y que también cuenta. En él no solo se toma partido por Carlos Ballester sino que se ovaciona su atrevimiento y se jalea alguna de sus observaciones más chuscas.

   Como responder a todos y cada uno de esos correos es un trabajo que sobrepasa con creces mi disponibilidad de tiempo, aprovecho este canal para contestar a todo el colectivo de una sola vez.


En su momento, cursamos invitación a Carlos Ballester para que colaborase precisamente porque, conociendo su talante insobornable y algo arisco, sabíamos que iba a ser una voz disidente. En ese sentido no hubo sorpresa; sí la hubo en lo que respecta al calado y la  extensión de su texto, que no se atiene a comentar escuetamente la edición original del tercer número de Libros De La Micronesia, como le pedíamos, sino que desborda esa acotación y hace toda una disección pormenorizada de la evolución de la colección, un lacónico resumen de sus propias andanzas como editor y una crónica fugaz de los vaivenes de nuestra amistad.

   Todo es opinión, y podemos o no coincidir con la suya y estar poco o nada de acuerdo con sus observaciones al respecto, pero de lo que no hay duda alguna es que aunque sea de manera especialmente corrosiva y con opiniones y expresiones faltas de la ponderación debida en muchos casos, En equilibrio inestable es la radiografía más perspicaz y completa que hasta el momento se ha hecho de Libros De La Micronesia; y es especialmente valiosa por venir de quien además de insobornable ha sido editor exquisito, austero, esquivo, raro, marginal por vocación y olvidado entre los olvidados. Por crítica que sea, la opinión de alguien con esas credenciales no se puede ignorar a la ligera. Y menos todavía coartar, censurar, exigir o siquiera sugerir que modifique o modere su expresión. De ninguna manera podíamos caer esa actitud, por mucho que el texto "roce en ocasiones el insulto", como dice en su correo uno de nuestros suscriptores.

   Creo que hicimos lo que cabía, y además convencidos: acusar amablemente recibo del archivo que contenía el texto, responder a Carlos la verdad: que nos parecía "beligerante, polémico y superlativo", darle las gracias por todo y a continuación volcar el texto y comenzar a maquetar como si nada. Si no recuerdo mal, mantuvo su discurso original de cabo a rabo y nos devolvió las galeradas sin rectificación ninguna.


La consecuencia verdaderamente curiosa, chocante y por completo insospechada de esa colaboración, que ha sorprendido a propios y extraños ―a mí el primero―, y que sin duda sorprenderá también al colectivo de indignados al que me dirijo, ha sido el acercamiento inicial y el lento pero firme restablecimiento de nuestra amistad al cabo de casi dos décadas de haberla derogado de mutuo acuerdo y a cara de perro.

   El deshielo entre ambos es ya un hecho que ha comenzado a dar sus frutos. Lo cierto es que lo hemos retomado en el punto exacto en que lo dejamos; de manera que El archipiélago sideral, proyecto en el que De La Pulcra Ceniza lleva embarcada ya unos años y que, si no hay contratiempos, publicaríamos en 2018, contendrá dos versiones: la original, parcial e inacabada, que aparecerá tal cual se dejó en su momento, llevará pie editorial de Ortiga Editora y firmaremos Carlos y yo; y la nueva, que llevará pie editorial de De La Pulcra Ceniza.


Aparte de celebrar “el deshielo de la ortiga” y de acabar de ponernos al día acerca de esto y lo otro, lo poco que de provecho hemos hecho Carlos y yo este verano ha sido contemplar largamente los pecios de la primera versión del Archipiélago y, entre cervezas y audiciones de viejos elepés de Steely Dan y The Durutti Column, cerrar un acuerdo arriesgado pero necesario: publicar El archipiélago sideral tal como lo abandonamos en su día, hermoso y sin aliño ninguno; crudo y auténtico, como todo era entonces. 



Ilustración para El archipiélago sideral, © 1993, Ballester/Muñoz.

Ilustración para El archipiélago sideral© 1993, Ballester/Muñoz.

                                                              †